domingo, 12 de noviembre de 2017

TODO EMPEZO EN SUMERIA


     La civilización sumeria es interesante por dos motivos: primero porque con ella comienza la Historia, y luego porque en su seno es donde se han desarrollado los grandes descubrimientos de la Humanidad, la escritura, la tecnología, las artes. Nos interesa también en un tercer aspecto, ya que hoy se sabe que fue en Sumer donde hizo su aparición la Astrología hacia el año 4000 a.C. Un sacerdote astrólogo caldeo, Beroso, nos ha informado al mismo tiempo acerca de esa historia y de esas doctrinas astrológicas. Toda la ciencia astral de los egipcios, de los griegos e incluso de nuestra época, proviene directamente de su enseñanza escrita u oral.

     Más adelante volveremos a los relatos de Beroso. Veamos en primer lugar lo que la Historia y la Arqueología nos enseñan acerca de Sumer. Tal como manifiesta con mucho humor Edward Chiera, profesor de Asiriología de la Universidad de Chicago [1], «Hasta fecha reciente, conocíamos la historia antigua en su totalidad. Para aquellas épocas lejanas, la Biblia era el documento principal; los hebreos dominaban la materia. Las otras poblaciones... no eran más que bárbaros despreciables que oponían obstáculos a la marcha del pueblo de Dios. Era lamentable por tanto que no hubieran sido aniquilados con la rapidez deseable». En efecto, la individualización a los ojos de los arqueólogos modernos de una civilización sumeria no comienza sino hasta 1849, tras una expedición inglesa al Éufrates.

[1] En Las Tablettes Babyloniennes, Editions Payot, 1940.

     Luego la traducción, a comienzos de siglo, de un gran número de tablillas babilónicas acabó de transformar completamente nuestra concepción de la lejana Antigüedad. Escuchemos al respecto a uno de los grandes especialistas actuales de la materia, el profesor Harmut Schmókel, de la Universidad de Kiel, que escribe en su obra Sumer y la Civilización Sumeria (París, 1964):

     «El piadoso lector de la Biblia que encontraba, en los capítulos 4 y 5 del Génesis, los nombres de los primeros hombres desde Adán hasta Noé, no podía sospechar que ese doble y venerable relato era sólo el oscuro recuerdo de una tradición sumeria 1.000 años anterior a él y que se refería a los 10 reyes que reinaron antes del Diluvio. Instituído por los dioses, su reino había durado 120 sarens, es decir 432.000 años. Como en la Biblia, el último de esos reyes fue el héroe del Diluvio; en sumerio se llamaba Siuzudra, los babilónicos lo denominaban Utnapishtim, y Beroso helenizó el nombre sumerio convirtiéndolo en Xisuthros».

     La noción de diluvio que figura al mismo tiempo en los mitos sumerios y en los textos bíblicos no bastaría evidentemente por sí sola para obligar a deducir que los últimos proceden de los primeros. Las correspondencias van mucho más lejos, ya que el Arca de Noé es una historia específicamente sumeria, tal como lo afirma Edward Chiera:

     «Se encuentra en ambos relatos la famosa arca cubierta de asfalto donde se han aposentado un personaje y su familia, preservados así por los dioses del diluvio que se avecina. La lluvia inunda la Tierra y extermina la población. El arca aterriza sobre una montaña. Su habitante hace salir a tres pájaros. Salvado, sale a su vez y ofrece un sacrificio. Las semejanzas son tan contundentes que se está de acuerdo en admitir que se trata de la misma historia».

     El hecho es tan evidente que Édouard Dhorme, el traductor del Antiguo Testamento en la Biblioteca de la Pléiade, ha establecido los paralelos entre ambos relatos, en nota al capítulo 8 del Génesis:

     «El episodio cuando se sueltan los pájaros es el que más se inspira en el relato asirio-babilónico, del que damos aquí la traducción. Es Utnapishtim quien habla: "Al llegar el séptimo día, cogí una paloma y la solté. La paloma voló y regresó; como no había lugar donde descansar, tuvo que volver. Lo mismo hice con una golondrina, que echó a volar y más tarde regresó también al no hallar lugar donde reposar. Finalmente solté un cuervo. El cuervo voló y descubrió la desecación de las aguas. Come, chapotea, grazna, pero no regresa. Hice salir pájaros a los cuatro vientos". La única diferencia reside en el orden en que se sueltan los pájaros».

     De estas correlaciones se pueden sacar dos conclusiones contradictorias. Una, que el Diluvio fue una realidad universal, y confirma, por tanto, plenamente, el relato bíblico; otra, que no se trata más que de un mito sumerio, incorporado por los hebreos. ¿Qué decisión tomar? Bien, creo yo que el mejor medio es saber si hubo o no un Diluvio universal. Regresemos, con este objeto, a la obra del profesor Schmókel, el cual nos dice: «Hace veinte años, se tuvo por un instante la impresión de disponer de una prueba arqueológica de este acontecimiento mítico, el diluvio: efectuando una excavación arqueológica a gran profundidad en Ur, Woolley encontró una espesa capa sedimentaria sin la menor huella de civilización; esto podía efectivamente provenir de una inundación, y él estimó que ello demostraba la realidad del diluvio. Pero esta capa sólo existe en Ur». Hoy rige la opinión de que no hubo un diluvio generalizado.

     Finalmente, una última prueba del origen sumerio de algunos textos bíblicos puede hallarse en la historia de Moisés, que recibió de la misma mano de los Elohim (esta palabra que, en general, se traduce por «Dios» es un plural que significa «los dioses») los famosos Diez Mandamientos. Ahora bien, veamos lo que dice Édouard Dhorme en una nota al capítulo 2 del Éxodo:

     «La historia de Moisés salvado de las aguas ofrece un asombroso parecido con la leyenda del rey Sargón de Acad, que reinó hacia el siglo XXIII antes de nuestra Era. Esta leyenda, que ha llegado hasta nosotros en lengua babilonia y asiría, cuenta cómo el fundador de la dinastía de Acad es dado a luz secretamente por su madre y luego colocado por ella en un cesto de cañas, cuya entrada cierra utilizando asfalto. El recién nacido es abandonado a las aguas del Éufrates que lo arrastran. Es recogido por un "libador de agua" que lo educa y lo convierte en su jardinero, hasta el día en que la diosa Istar se enamora de él y lo destina a la realeza. El motivo común entre ambos relatos es el abandono o la exposición del recién nacido por su madre en la barquichuela recubierta de asfalto».

     Se comprende la importancia del estudio de la civilización sumeria para la comprensión de los mitos en los que descansa la nuestra. Pues hoy se admite por parte de casi todos los historiadores que, a través de diversas ramificaciones, somos los descendientes lejanos, pero directos, de los sumeríos [2].

[2] Hay que señalar que los sumerios no eran semitas, contrariamente a los acadios y otros babilónicos que más tarde los invadieron. Así, los relatos bíblicos tendrían un origen no semítico.

     Desde el punto de vista de este libro —la aparición de la Astrología en Sumer— merece la atención otra característica de su historia, a saber, su brusco y prodigioso desarrollo. Al final de este libro demostraré que dicha mutación y el nacimiento de la ciencia de los astros están íntimamente relacionados. Por el momento, concretemos las manifestaciones de esta ruptura en la evolución de la civilización sumeria; tales manifestaciones han sido especialmente estudiadas por el sumerólogo estadounidense-danés Thorkild Jacobsen, profesor de la Universidad de Harvard, quien ha resumido así sus observaciones:

     «Millares de años han transcurrido desde que el primer hombre penetró en el valle de los dos ríos, y una forma de cultura prehistórica ha sucedido a otra, casi idéntica por otra parte, y en ningún caso sumamente distinta de la que se podría encontrar en cualquier otro lugar del mundo. Durante esos milenios, la agricultura fue la fuente principal de ingresos. Se fabricaron algunos utensilios a partir de la piedra, y también, con menos frecuencia, a partir del cuero. Los pueblos, gobernados según las reglas patriarcales, se adaptaban a lo que era dable esperar. La principal modificación que se ha podido descubrir entre el paso de una forma de cultura a otra —y lo menos que se puede decir es que no es demasiado importante— reside en las técnicas de la alfarería y en su decoración.

     «Pero en el período protohistórico todo el cuadro se modifica; hundida en las tinieblas como estaba, va a cristalizarse la civilización de Mesopotamia. La línea general, la piedra angular a partir de la que Mesopotamia podrá vivir su vida, formular sus preguntas más importantes, evaluarse a sí misma y valorar el universo, y todo ello para los siglos futuros, irrumpe de golpe en la existencia, completa ya en sus aspectos principales».

     Existen dos respuestas a esta brusca mutación de Sumer: una es el azar de la evolución humana; la otra —aportada por Beroso— lleva un nombre: Oannes, el animal dotado de razón. Pero sería prematuro embarcarse tras las huellas de Oannes antes de haber llevado a cabo el estudio de la Historia y de las técnicas astrológicas de las que él es tal vez la clave.

     Desde la Antigüedad pensamos, debido a los autores griegos o latinos que han citado los escritos de Beroso hoy perdidos, que la Astrología había nacido en Caldea. Los descubrimientos de la Arqueología moderna, particularmente gracias al estudio de las tablillas descubiertas en la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, han demostrado ahora que los más antiguos textos sumerios incluían ya referencias astrológicas ciertas [3].

[3] Precisemos en seguida que la Astrología fue desde el principio un método de admiración de la clase sacerdotal. Sin duda rivalizó con el antiguo método adivinatorio consistente en examinar las entrañas de los animales, como me lo hacía notar René Alleau. Éste cree incluso que la creciente complicación de la adivinación mediante la observación de las visceras o del higado hizo periclitar este método en beneficio de la naciente Astrología. Tal como yo intento demostrar en la última parte de esta obra, ambos métodos no tienen el mismo origen étnico, y es por tanto probable que existiera entre ellos cierta rivalidad desde el principio.

     La primera tablilla redactada por un astrólogo está fechada en el año 2300 a.C. y trata de un presagio referente al fundador de la dinastía de Acad, fundada sobre el planeta Venus, con relación a un eclipse de Luna. Esa tablilla fue estudiada de modo más particular por F. Cornélius en el transcurso de la XIVª Reunión Asiriológica Internacional, en 1966. Cornélius nos señala que el texto sumerio habla de un eclipse de Luna visible en Agadé, ciudad cercana a Babilonia, el 14 de Nisán, durante el cual el planeta Venus se había elevado en el horizonte. La fecha del 14 de Nisán, trasladada al calendario actual, equivale al 11 de Mayo del año 2259 a.C. Por lo que se refiere al texto de esta predicción astrológica, rezaba:

«El rey de Acad muere y sus subditos están a salvo.
El poder del rey de Acad se debilitará,
sus subditos prosperarán».

     Ahora bien, dado que la historia de ese período nos es conocida, parece realmente que ese eclipse coincidió con la muerte de Narám-Sin, nieto de Sargón de Acad. Señalemos, de pasada, el carácter maléfico atribuído a los eclipses lunares que, en la antigua tradición astrológica, amenazan a todo el país, y en primer lugar, naturalmente, a su caudillo.

     Veamos ahora otro pronóstico astrológico sumerio que hace intervenir en esta ocasión a Júpiter, y que procede del siglo XXI a.C.: «Si el planeta Júpiter, al levantarse, dirige su cara anterior hacia el Oeste, si se ve el lado anterior del cielo, el reino será desgraciado. Así ocurrió que Ibi-Sin partió a Alam cargado de cadenas y llorando; así ocurrió que fue vencido». Se ha calculado que esta aparición de Júpiter debía corresponder al mes de Marzo del año 2016 a.C. En realidad, los primeros documentos astrológicos un poco completos que poseemos se remontan al año 1900 a.C., y fueron descubiertos en las ruinas del palacio de Asurbanipal.

     Se trataba de ladrillos de tierra cocida recubiertos de caracteres cuneiformes. Muchos estaban rotos, pero debido a la costumbre de los caldeos —existente también entre los asirios— de llevar sus archivos por partida doble, se pudo reconstituír un número bastante grande de ellos. La mayor parte se refiere a un tratado de astrología fundamental redactado por el propio Sargón el Viejo, el rey de Acad, aproximadamente hacia el cuarto milenio antes de nuestra Era. Pero, incluso en los manuscritos astrológicos más antiguos que han llegado hasta nosotros, se hacía, con frecuencia, referencia a textos que se remontaban a una antigüedad aún más lejana. Así se comprueba que los astrólogos establecían sus predicciones «conforme a los términos de una tablilla que no existe ya», o bien según «la Iluminación de Bel, citada en una tablilla ya no existente». Este aspecto es esencial, ya que demuestra que el período sumerio de la Astrología no debería ser considerado como su iniciación histórica, sino solamente como la huella más antigua que poseemos de ella.

     Desde el punto de vista de las doctrinas, los astrólogos caldeos enseñaban que los cinco planetas visibles a simple vista, que ellos llamaban intérpretes, revelaban mediante su movimiento las intenciones de los dioses. Como consecuencia, su estudio, así como el de los eclipses y cometas, debía permitir prever dichos designios tanto por lo que se refería a las naciones como para los hombres. «Habiendo observado los astros durante un enorme número de años —escribía Diodoro de Sicilia—, los caldeos conocían con mayor exactitud que los demás hombres su curso y sus influencias, y predecían con seguridad muchas cosas del futuro».

     Uno podría preguntarse cómo los sumerios y sus descendientes, cuyos instrumentos de medición eran primitivos y que no poseían nuestros conocimiento matemáticos, pudieron establecer los complicados cálculos que exigen la predicción de los eclipses y la retrocesión de los planetas, tales como los que se han descubierto, por ejemplo, en las tablillas de la época de Sargón de Agadé, halladas nuevamente en la biblioteca de Nínive. Ciertos fenómenos astronómicos, invisibles al ojo desnudo y citados en las tablillas, permiten suponer que los sumerios —al igual que algunos pastores del desierto en la actualidad— poseían una vista mucho más penetrante que la nuestra. Rene Berthelot señala en su estudio La Pensée de l'Asie et l'Astrobiologie (París, 1949):

     «Aparece en los caldeos un esfuerzo por determinar las verdaderas longitudes celestes, de lo cual no nos ofrecen su equivalente los egipcios... La astronomía caldea se valió de la división sexagesimal del tiempo y de la del círculo, y las relacionó una con otra en un sistema único de numeración sexagesimal. A ella debemos la división de la hora y la del día, así como la del círculo», y más adelante añade: «Una tablilla de Nínive del siglo XII a.C. indica ya la marcha errante de los planetas, sus estaciones y sus retrocesiones, al objeto de situarlos en el Zodíaco».

     Son igualmente los babilónicos los que, en una fecha por desgracia incierta, fueron los primeros en utilizar el Zodíaco y en atribuír a cada uno de su sectores un simbolismo particular. No poseemos una representación zodiacal completa muy antigua, pero en las ruinas de Nínive se han hallado numerosos fragmentos de ella. La colección de símbolos de animales hoy familiar estaba ya completa, aunque no obstante con una diferencia notable, consistente en que el signo de Escorpión abarcaba dos sectores: uno correspondía a su cuerpo y el otro a sus pinzas, sector este último que más tarde se convirtió en el signo de Libra. Este Zodíaco es el que había de introducirse en el mundo occidental en la época de Beroso.

     Esto nos lleva a Beroso, el sacerdote-astrólogo caldeo que vivió en el siglo III antes de nuestra Era. Debido esencialmente a él, la Astrología se extendió a Egipto y Grecia; en efecto, Beroso marchó de su patria y escribió, en la lengua de Homero, una historia de su país en la que rendía homenaje al rey Antíoco I Soter(«Salvador»). Ese libro está hoy perdido, pero varios autores de la Antigüedad han reproducido amplios extractos de él, y se sabe que, al margen de su parte histórica, explicaba con detalle la astrología caldea, lo que motivó un gran movimiento de curiosidad, y más tarde de entusiasmo, entre los griegos.

     Se invitó entonces a Beroso a ir a instalarse en la isla de Cos, patria de Hipócrates, donde podría enseñar su arte a los estudiantes de Medicina que acudían en peregrinación a esta región. Plinio cuenta que sus predicciones se demostraron tan exactas que los atenienses le erigieron en agradecimiento una estatua cuya lengua era dorada. Entre dichas predicciones, se afirma que había previsto espantosos cataclismos que afectarían a toda la Tierra: Un diluvio de agua en el momento en que todos los planetas confluyeran en el signo de Capricornio, y un diluvio de fuego cuando se hubieran agrupado en el signo de Cáncer. Pero, cualesquiera que fueran sus talentos adivinatorios, lo cierto es que a su enseñanza —y prácticamente sólo a su enseñanza— debe la astrología griega su nacimiento. Comprobaremos que ocurre lo mismo en lo que se refiere a la ciencia de los astros del antiguo Egipto.

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