Gutenberg no fue en 1450 el primer inventor de la imprenta moderna: seis siglos antes, los chinos ya habían estampado una lección de Buda a un discípulo
La apuesta, no sabemos si la ganó, porque parece que se quedó sin dinero para acabar las 150 Biblias que se propuso, pero sí sabemos que hizo el libro más perfecto hasta entonces: una Biblia, de la que hoy sólo se conservan 48 ejemplares.
Sin embargo, al otro lado de Europa, más allá de los Urales y de la cordillera del Himalaya, en China, ya habían creado muchos siglos antes su propia imprenta.
La primera de la que se tienen datos es la que, en su forma más primitiva, imprimió el primer libro de la historia: ‘El sutra del diamante’. Para elaborarlo, Wang Chieh hizo unos bloques de madera en los que talló a mano textos e ilustraciones en relieve e invertidos, los entintó con pintura y agua y puso luego encima papel para que quedasen los símbolos estampados en él. Corría el año 868 de nuestra era. O sea, el siglo IX... Esta joya fue descubierta en una cueva que guardaba una biblioteca escondida.
Ya en 1041, otro personaje chino, Phi Sheng, inventaba los primeros tipos móviles. Sheng ideó un complejo sistema de piezas de porcelana donde se tallaban los caracteres chinos. Precisamente, la ingente cantidad de caracteres e ideogramas del idioma chino, hizo poco adecuada entonces la imprenta en este país.
No obstante en 1234, en una zona del reino de Korio (hoy, Corea), sabían de los avances chinos en materia de impresión y crearon un grupo de tipos móviles en metal, exactamente el mismo sistema que crearía dos siglos después Gutenberg en Occidente. No los usaron muy a menudo, sin embargo, dejando así que el orfebre alemán se llevase el mérito de la auténtica transformación en los sistemas de impresión. Pese a ello, este mérito no le fue reconocido entonces, ya que Gutenberg murió arruinado. Antes, había sido acogido por el obispo de Maguncia, el único que había apreciado su trabajo.
Por cierto, en España, sólo se conservan dos biblias de Gutenberg, también llamada ‘de las 42 líneas’, por ser las que lleva cada página: una entera está en Burgos, en la Biblioteca Pública Provincial; la otra, incompleta, (sólo el Nuevo Testamento), en la Biblioteca Universitaria y Provincial de Sevilla, por si quieren admirarlas.
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