nacía en Dantzig en 1788, cinco años antes de que la “ciudad libre” pasara a ser prusiana. Filósofo acusado por muchos —que no lo han leído ni entendido— de pesimista y retraído, podemos considerarle como verdadero avanzado de las concepciones que germinarán en el siglo XX. Su filosofía —la primera que abandona las vastas regiones de la elucubración teórica para dirigirse al hombre real, al ciudadano moderno, la primera que olvida los términos especializados para reducirse al léxico vulgar, la primera que prescinde de los tópicos filosóficos en boga para estudiar tan solo la esencia del hombre, su felicidad, su existencia sobre la tierra y su visión del mundo— puede considerarse como auténtica premonición de los cánones auténticamente contemporáneos: el existencialismo, el cerebralismo, el idealismo posteriores, no serían concebibles en buena parte sin la existencia de Schopenhauer.
Aunque por lo temprano, en el tiempo, que su filosofía se desarrolla (a los treinta años publicaba ya su obra principal, “El mundo como voluntad y representación”), no puede hablarse de una vinculación directa de ésta con la ideología nacional-socialista, sí pueden establecerse significativos paralelismos según los que, en muchos casos, puede concebirse ésta como consecuencia lógica de los planteamientos previos del filósofo.
Schopenhauer influirá decisivamente en dos autores, precedentes directos de las doctrinas nacional-socialistas: Wagner y Nietzsche. Esta sola relación da ya pie para analizar los puntos de concordancia entre el filósofo de Dantizg y aquel político nacido en Braunau que llegaría a ser Caudillo de Alemania: Hitler. Ese mismo Hitler que, durante la primera guerra mundial, en la que luchara como soldado, llevaba en su Macuto, para entretener sus breves ratos de ocio, un ejemplar de “El mundo como voluntad y representación” junto a los Evangelios. Las ideas de Schopenhauer, leídas a la temprana edad de los veinte años, debieron calar hondo en la personalidad del futuro político, quien en muchos casos (que no vamos a tratar en el presente trabajo) adecuaría su vida personal a las mismas.
Pero no son rasgos de vida personal, sino amplios cauces ideológicos, los que vamos a analizar en este breve estudio:
a) Antimaterialismo.— En líneas muy genéricas, el núcleo central de la doctrina schopenhaueriana puede resumirse básicamente en una concepción del mundo exterior, fenomenológico, como un producto del sujeto que percibe; según ello, el objeto (las cosas exteriores) no existen más que en el pensamiento del sujeto (el hombre), como su representación, como formas de sus propias ideas. Esta negación —o mejor, imposibilidad de demostración— de una existencia real del mundo exterior al hombre mismo lleva a una sobrevaloración del propio Yo, de ese sujeto que constantemente crea esa aparente realidad exterior. Consecuencia de todo ello es la radical postura que Schopenhauer mantiene en relación a las tendencias materialistas, opuestas de raiz a su teoría de la existencia de una materia real fuera del hombre. “El absurdo fundamental del materialismo consiste en tomar lo objetivo como punto de partida, como primer principio de explicación... Admite la existencia absoluta de la materia como cosa en sí, deduciendo de ello toda la naturaleza orgánica y el sujeto cognoscente y explicándolos en su totalidad, siendo así que todo lo objetivo está variamente condicionado en cuanto objeto por el sujeto y sus formas de conocimiento” (1). Por ello concluye que la materia exterior no es el poder eterno en el que se justifica la personalidad del hombre, que “en la materia no debe buscarse la explicación definitiva y última de las cosas, sino solamente el origen temporal de las formas inorgánicas y de los seres organizados” (2).
Esta postura —que para Schopenhauer es el punto de partida de toda su filosofía— se halla ya reñida de base con el materialismo dialéctico que postularía su contemporáneo Karl Marx, al igual que con los más inhumanos planteamientos del sistema capitalista, para los que la única realidad tangible es el mundo exterior y sus leyes, las leyes de la economía. En la posición antimaterialista de nuestro filósofo está implícita la necesidad de una concepción del mundo para la que el mundo percibido por los sentidos pierde importancia ante la concepción nacida de la propia interioridad. Por ser el mundo una representación del sujeto, “la verdadera filosofía es idealista”.
b) Intuición y sentimiento.— Al establecer Schopenhauer la intuición, como sistema de conocimiento, es el medio más seguro de percibir la realidad absoluta, puesto que se dirige directamente a la Idea sin admitir posibilidad de error, niega la omnipotencia de la razón, por cuanto se relaciona precisamente con ese mundo cuya verdadera realidad ignoramos; ataca así a todas las teorías racionalistas de las que las democracias liberales son sus máximos exponentes. La exaltación de la intuición como via de conocimiento certero implica necesariamente una postura ante la vida en la que lo decisivo, entre las relaciones entre los hombres, no es ya el contraste de pareceres dirigido por la lógica, sino la genial concepción del mundo, la fidelidad a los propios principios y la constante superación en el conocimiento de la Idea.
Esta exaltación de la vía sensible sobre la meramente lógica entronca con esa concepción totalitaria del mundo por la que la mística de las grandes concentraciones y el sentir común del pueblo unido son más positivos que los infructuosos diálogos de un parlamento dividido en partidos. El sentido de pueblo como unidad emocional frente a la concepción del mismo como suma de votos, evidencia en buena parte un desprecio a los dictámenes de la lógica liberal que tiene ya su arranque en estos planteamientos de Schopenhauer.
c) Exaltación de la Voluntad. Quizá fue Schopenhauer el primer filósofo que reconociera a este concepto tan particular como es la Voluntad el poder y la importancia que para el hombre moderno posee. La Voluntad, esa fuerza que yace dentro de toda la Naturaleza, “la fuerza que palpita en las plantas y los vegetales y aun la que da cohesión al cristal, la que hace girar la aguja magnética hacia el Polo Norte, la que brota al contacto de materiales heterogéneos, la que se revela en las afinidades de los átomos como fuerza de atracción y repulsión...” (3), ese impulso que mantiene el instinto de supervivencia en los animales, que empuja al hombre a la constante superación... es el propio motor del universo, la realidad última e innegable.(4).
La voluntad de vivir, presente en todo ser dotado de vida, se manifiesta en una lucha constante, pues cada uno siente la necesidad inapelable de ser fiel a esta voluntad que constituye su propia esencia: De ahí la lucha por la vida, de ahí el poder del instinto, de ahí las necesidades —de las gastronómicas a las sexuales—, de ahí el horror a la muerte, de ahí la lucha desesperada de todo ser vivo por perpetuar su propia vida y la de su especie.
“La vida del hombre es un perpétuo combate, no sólo contra males abstractos, la miseria o el hastio, sino contra los demás hombres. En todas partes se encuentra un adversario. La vida es una guerra sin tregua, y se muere con las armas en la mano” (5). La concepción de la existencia como una lucha constante, como esfuerzo permanente, entronca directamente en toda la mística y planteamiento nacional-socialista, y nace sin duda de la esencia de la misma Naturaleza, libre de prejuicios y tabús sociales. Lo vemos en los animales, y sale claramente a la luz en el hombre en situaciones críticas.
La vida como lucha, como superación constante, la exaltación del orgullo sano frente a la vanidad liberal (6), el reconocimiento de la voluntad de vivir como fuerza real, todo ello hermana al filósofo de Dantzig con el político de Braunau.
d) Libertad.— La existencia de esta misma voluntad, que integra la esencia de nuestro mundo, es lo que mueve a Schopenhauer a exponer su ya conocida teoría de la negatividad de la felicidad y del carácter positivo de todo sufrimiento, concluyendo que la felicidad sólo podrá hallarse en la anulación del deseo, en la superación del placer, en la supresión de la necesidad, y que la verdadera sabiduría consiste precisamente en ese renunciar a la constante carrera que es la vida humana buscando la felicidad, sin encontrarla nunca. La meta está, pues, en la negación de esa misma voluntad de vivir. Solo así el Hombre conquista su libertad, despreciando la existencia, anulando el deseo, “para saludar un dia la hora de la muerte como la de la libertad”. En el autodominio, en la vida austera, en el control sobre sí mismo, en la disciplina, en la concepción de la vida -no como persecución de placeres sino como un deber a cumplir, debe hallarse el ideal del hombre. “La vida no se presenta en manera alguna como un regalo que debemos disfrutar, sino como un deber, una tarea que tenemos que cumplir a fuerza de trabajo”. Y al repasar todos estos postulados, bien podríamos aplicarlos, punto por punto, a los que se enseñaba en Bad Tólz a los futuros miembros de la SS.
De todo lo enunciado concluye Schopenhauer que la verdadera libertad del hombre se halla en el ser, no en el operar, que la libertad se siente y se posee, no se hace. “La libertad, que por eso no puede encontrarse en el Operari (la acción), tiene que estar en el Esse (el ser). Es un error fundamental atribuir la necesidad al Ser y la libertad a la Acción, pues lo cierto es lo contrario. Sólo en el Esse reside la libertad. De él y de los motivos resulta necesariamente el Operan: y en lo que hacemos, reconocemos lo que somos. En esta verdad y no en una pretendida libertad de indiferencia es donde reposan la conciencia de la responsabilidad y la tendencia moral de la vida. Todo depende de lo que uno es; lo que haga, resultará como un corolario necesario, por sí mismo” (7). Hay hombres libres, que se superar a sí mismos; y hay hombres, por naturaleza, esclavos de su propia voluntad de vivir.
Las democracias liberales pregonan la libertad del hombre, y para ello establecen leyes y normas: Creen que la libertad está en lo exterior, en la acción, pero los hombres siguen siendo esclavos bajo moldes aparentemente liberales. Esos demócratas, “que halagan al pueblo para seducirlo” (8) hablan de libertad pero siguen siendo esclavos de su propia sociedad. Las doctrinas nacionalsocialistas, por el contrario, atribuyen la libertad al ser, y se preocupan ante todo en una formación total del individuo. Su concepción del mundo no depende de intereses, sino que es propia y exclusivamente nacida del hombre contemporáneo. “Lo que uno es, lo es ante todo y principalmente, por sí mismo, y si en sí tiene poco valor tampoco tendrá mucho considerado en general”.
e) Salud.— La conveniencia de anular el deseo y apagar el dolor como medidas para acercarse al ideal humano, entroncan directamente en el pensamiento schopenhaueriano, con la importancia de cuidar la salud física como premisa ineludible para esquivar el dolor. “Más del 90 por ciento de nuestra felicidad depende exclusivamente de nuestra salud”. Se detiene así a explicar la necesidad del ejercicio físico: “nada contribuye menos a la alegría que la riqueza y nada contribuye más a ella que la salud: en las clases inferiores, trabajadoras, y sobre todo entre los obreros del campo, se encuentran los rostros más alegres y satisfechos entre los ricos y los principales, se hallan, en abundancia, los más desazonados. En consecuencia, deberíamos esforzarnos ante todo, en alcanzar el alto grado de la salud completa, de la que la alegría es la floración. Los medios más indicados para esto es el evitar todo exceso y desarreglo, toda emoción violenta y desagradable, así como todo esfuerzo intelectual excesivo o demasiado prolongado; también debemos realizar a diario y durante dos horas, ejercicios físicos al aire libre, tomar frecuentes baños de agua y fría y otras medidas dietéticas semejantes”.
En este sentido, el nacionalsocialismo, con su decidida política de cuidado de la salud física y protección a la raza —como garantía de la felicidad y el progreso sociales— da a la vida natural toda la importancia que realmente posee y que las democracias liberales y los socialismos marxistas niegan. Así, estos últimos crean el germen de la decadencia del hombre; así aquél trabaja por la superación en las nuevas generaciones.
f) Jerarquía.— Dentro de la concepción de Schopenhauer, en la que la Voluntad obra por igual en todos los seres vivos, desde el más inferior al más superior, y se manifiesta en ese innegable deseo de existir y sobrevivir que domina a toda la Naturaleza, la diferencia y la jerarquía entre los hombres no puede venir dada por la voluntad, pero sí por la capacidad de autodominio y por la riqueza interior que le hace acercarse intuitivamente con más seguridad a la Idea: La intervención de la inteligencia crea, efectivamente, una escala de valores a todos niveles sociales, distribuyendo los individuos jerárquicamente, no según moldes ajenos al hombre, sino según la valía del ser humano mismo. La existencia de unos hombres superiores es una realidad innegable, y la inexistencia de igualdad sólo ha podido ser contradicha con los sofismas más descarados. “¡Ah, si la cantidad de la sociedad pudiese ser reemplazada por la calidad! Entonces merecería la pena vivir hasta en el gran mundo, pero, desgraciadamente, cien locos puestos en un montón no llegan a formar un hombre razonable”.
En tales circunstancias, la constitución jerárquica de la misma formación social es, según Schopenhauer y según el nacionalsocialismo, no sólo necesaria, sino profundamente acorde con la misma naturaleza humana. Las aparentemente igualitarias sociedades democráticas no hacen sino basar sus cimientos sobre la hipocresía de unos postulados que se pregonan, pero que ni existen ni pueden existir realmente; en ellas, la tiranía de los hombres mejores queda sustituida por la de los más ricos y poderosos. Dice Schopenhauer: “Si gustais de planes utópicos, os diré que la única solución del problema político y social seria el despotismo de los sabios y de los justos, de una aristocracia pura y verdadera, obtenida mediante la generación por la unión de los hombres de sentimientos más generosos con las mujeres más inteligentes y agudas”.
En las sociedades actuales, el hombre superior necesariamente escogerá la soledad. En ella se encontrará a sí mismo y huirá de la vulgaridad, por eso concluye: “Los más sociables de todos los hombres suelen ser los negros, como también son los más atrasados intelectualmente”.
Conocida es también la posición de Schopenhauer, como la de tantos otros pensadores, filósofos y artistas, con relación al pueblo judío.
De entre sus muchos comentarios al respecto, baste éste como muestra: “Los judíos son, según dicen ellos, el pueblo elegido de Dios. Es muy posible; pero se difieren los gustos, pues no son mi pueblo elegido. Los judíos son el pueblo elegido de su Dios y su Dios es como pintiparado para el pueblo. Váyase lo uno por lo otro”.
Un sistema político que iguale a todos los ciudadanos con idéntica medida resulta absurdo. La democracia parlamentaria, basada en ideas marginadas de la realidad de la Naturaleza, resulta falsa en su propio planteamiento de votos y partidos. “Mein Kampf” y “El mundo como voluntad y representación” se hermanan al afirmar que “Mil necios no hacen un hombre razonable”. Sólo prejuicios absurdos pueden impedir reconocer una tal verdad.
Con Schopenhauer podemos concluir: “Desearía que alguien intentara escribir alguna vez una historia literaria trágica, presentando en ella cómo les han tratado durante su vida las naciones que cifran su orgullo más elevado en sus grandes escritores y artistas; presentándonos aquella lucha eterna que tiene que sufrir lo bueno y lo verdadero en todos los tiempos y en todos los países, contra lo malo que domina en toda época, el martirio de casi todos los verdaderos ilustradores de la humanidad, de casi todos los grandes maestros en todas las artes, cómo han vegetado, salvo algunas excepciones, sin aprobación, sin simpatía, sin discípulos, en pobreza y miseria, mientras que la gloria, los honores y la riqueza se prodigaron a los indignos”.
NOTAS:
(1) El mundo como voluntad y representación, libro 1, par. 7.
(2) Idem, libro II, Cap. XXIV.
(3) El mundo como voluntad y representación, Libro 2, par. 21.
(4) “Cuando digo “voluntad de vivir” no se trata de ningún ente de razón, de ninguna hipostasis fabricada por mí, ni de palabra alguna de sentido incierto y vacilante, sino que a quien me preguntase qué es ello le remitiría a su propio interior, donde lo hallara completo, con colosal tamaño, como un verdadero ens realissimum. No he explicado, pues, el mundo por lo desconocido, sino más bien por lo más conocido que hay, y que nos es concedido de una manera muy otra que todo lo demás” (Schopenhauer, “Sobre la voluntad de la Naturaleza”).
(5) Schopenhauer. Escritos recopilados bajo el título “El amor, las mujeres y la muerte y otros ensayos’.
(6) “La diferencia entre la vanidad y el orgullo está en que el orgullo es un convencimiento absoluto de nuestra superioridad en todas las cosas. Por el contrario, la vanidad es el deseo de despertar en los demas esta persuasión... No es orgulloso quien quiere; sólo el convencimiento firme, profundo, inquebrantable que se tiene de poseer cualidades superiores y excepcionales
es lo que hace realmente orgulloso... Muchas gentes vituperan y critican el orgullo; sin duda no tiene en si nada que pueda enorgullecerlas”.
(7) Schopenhauer. “Los dos problemas fundamentales de la ética: sobre el libre albedrío “.
(8) Schopenhauer. “Aforismos sobre la sabiduría de la vida”
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