Dispuestas sobre un cerro
alomando y rodeadas de murallas, poseen una extensión aproximada de
140.000 m2, constituyen un importante vestigio arqueológico de la que
fuera una notable ciudad medieval y moderna: están declaradas Conjunto histórico-artístico desde 1982,
Las prospecciones arqueológicas realizadas en el cerro de
Moya muestran que los restos más antiguos hallados entorno al castillo
corresponden a la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, habiendo servido como castro celtíbero, pero su aparición en la historia no comienza hasta la conquista del territorio del pre-Rincón de Ademuz (Ademuz, Castielfabib), El Cuervo (Teruel), Serreilla...) a principios del siglo XIII (2012), por Pedro II de Aragón,
sin que haya constancia de que el lugar fuera ocupado previamente por
moros, ni hubiera castillo alguno antes de la conquista cristiana.
El rey de Castilla Alfonso VIII «el de la Navas» pobló Moya y le confirió fuero, y en la segunda década del siglo XIII (1215), Enrique I de Castilla (1214-1217) entregó la zona a la Orden de Santiago, su primer señor fue el Maestre de Calatrava, don Juan González, dando así comienzo la época del Señorío. Pero fue Fernando III de Castilla «el Santo» (1217-1252)
quien consolidó el asentamiento, ratificando fueros y otorgando nuevos
privilegios a sus pobladores, constituyendo una zona de frontera en la
linde de Castilla con los reinos vecinos, Aragón y Valencia.
A principios del siglo XIV (1319), Fernando IV de Castilla «el Emplazado» (1295-1312) declaró a Moya «patrimonio de la Corona», lo que le valdría a la villa y a sus moradores «vejaciones y problemas».
En las cortes de Valladolid, mediado el siglo XIV (1351),
se menciona a Moya como «Puerto Seco», «lugar de frontera donde
pecharán todas las mercancías provenientes de los Reinos de Aragón y
Valencia», ello explica la riqueza e importancia de la villa en la baja Edad Media. A finales del mismo siglo, la Corona confirmó el privilegio de Realengo (1390).
Mediado el siglo XV (1451), Juan II de Castilla (1406-1454) concedió Moya a don Juan Pacheco, Marqués de Villena, hecho contra el que se resistieron activamente los moyanos. En la década siguiente, Enrique IV de Castilla «el Impotente» (1454-1474) donó el Señorío de Moya a don Andrés de Cabrera, a quien el rey castellano califica de «buen vasallo» (1463). Los Reyes Católicos confirmaron la donación del rey Enrique (en 1475), y el hecho de que en el conflicto sucesorio Moya hubiera permanecido del lado de Isabel I de Castilla le valió para que el Señorío fuera convertido en Marquesado (en 1480), iniciándose
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