Las conocidas leyes de expansión y
contracción, tan fundamentales en el campo de la física, tiene su analogía
filosófica en las cualidades de optimismo y pesimismo. En el plano ético, el
optimismo es la expresión de la ley de expansión, y el pesimismo, de la ley de
contracción.
Hay dos tipos distintos de
optimista. Uno, es aquel que es feliz porque nunca asumió sus
responsabilidades; el otro, aquel que es feliz enfrentándolas, y viendo el
resultado de las responsabilidades dispone de ellas en forma satisfactoria.
Ambos son optimistas - el primero, decididamente objetable; el segundo,
glorioso y deseable. Uno, es el hombre que ríe cuando juega, y el otro, quien
ríe cuando trabaja. La única diferencia entre el trabajo y el juego consiste en
la actitud mental. El trabajo, es la cosa que tenemos que hacer; el juego es la
cosa que hacemos por nuestro gusto. Por eso, cuando un individuo ama a su
trabajo, éste se convierte, realmente, en juego. Pero esa actitud se encuentra
raramente.
Hay, igualmente, dos tipos de
pesimista. El primero, es el individuo cuyo ánimo está destrozado por los
golpes del destino. El segundo tipo, es aquel que, a pesar de no haber
experimentado reales infortunios, ¡esta lleno de temor de que los llegue a
sufrir! Hubo un pesimista de este tipo, del cual se dijo que tenía un dicho
así: “Si tu fuerza es capaz de mover montañas, ¡puede ser que muevas un grano
de mostaza!”.
Como regla, el optimista se
desliza sobre la superficie de la vida, en tanto que el pesimista tiene la
particularidad de arrastrarse hasta el fondo de todo agujero o foso que
encuentra en su camino. Ambos, el optimista y el pesimista, se asemejan a los
caballeros antiguos, tocados con su coraza de hierro, estando el optimista
fortalecido en su actitud contra las tinieblas y el pesimista contra cada
simple rayo de sol. Sin embargo, ni el optimista ni el pesimista conocen
realmente la vida tal como es.
Si vosotros tendríais que elegir
entre uno y otro, sed optimistas; porque es casi seguro que el pesimismo tendrá
como resultado: reumatismo, anquilosis prematura, disminución o endurecimiento
de las arterias, y una legión de otros males físicos. El pesimismo es una
actitud, que fundamentalmente, nos retrae, limita, estrecha y enceguece,
mientras que el optimismo, a menudo, expande la naturaleza física, y siempre,
la mental. Pero, entre ambos, está el punto de equilibrio - la posición más
perfecta que puede la mente ocupar. El hombre deriva del optimismo no sólo la
creencia en la universalidad de la bondad sino también el coraje de seguir
adelante para lograr el triunfo. Del pesimismo proviene no sólo la franca
revelación de su propia flaqueza sino también un excesivo grado de cautela que
vampiriza toda iniciativa. El optimismo es impulsivo; el pesimismo rechaza,
repele.
Las zonas frígidas pueden ser
relacionadas con el espíritu del pesimismo. En él todo se contrae y la vida es
una interminable lucha para subsistir. El optimismo tiene una analogía similar
a la zona tórrida, en donde todas las responsabilidades quedan reducidas al
mínimo y en cada árbol hay colgando un vale para comida. Los pensadores del mundo,
sin embargo, no están constituidos ni por el esquimal ni por el hotentote, sino
más bien por las razas que habitan las zonas templadas, en donde se mezcla el
enervante calor del sur con los paralizantes fríos del norte. Así como el gran
trabajo del mundo es hecho por aquellos que viven en climas templados, así
también, por analogía, los pensamientos universales alcanzan verdadera y plena
expresión en las mentes templadas.
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