sábado, 9 de septiembre de 2017

EL MUSEO DE TUTMOSIS III





El Museo Egipcio de El Cairo guarda entre sus pasillos auténticas 
maravillas de la cultura egipcia. Una de ellas se encuentra 
en la habitación 12 (según las últimas 
noticias, pero puede que haya cambiado de lugar), 
entre varios objetos de la XVIII Dinastía, 
y tiene la numeración CG 34012. Se trata 
de la llamada estela poética de Tutmosis III.
Originalmente de 1,70 cm de altura, 
actualmente se encuentra fragmentada
 en dos (CG 3412 y JE 3425), y aunque 
no impresiona a simple vista, dentro de sus palabras
 se esconde un texto maravilloso, poético y con muchas 
particularidades desde el punto de vista filológico.



Interior del museo del Cairo (Aroa Velasco)

La estela fue hallada por Auguste Mariette en Karnak,
 y aunque no indica exactamente el lugar del hallazgo,
 sí que parece que fue cerca del Akhmenu, 
en el patio norte, entre el pilono VI y las habitaciones
 centrales de Hatshepsut.
Por desgracia, se encuentra en bastante mal estado ya que es 
anterior al periodo amárnico, momento 
en el cual fue picada debido al protagonismo 
en la estela del dios Amón. Posteriormente fue 
restaurada por el faraón Seti I; y de hecho, 
tenemos un texto de este rey en donde el texto 
parece copiado tal cual de nuestra estela poética.
La estela apenas ha sido estudiada, pero si traducida. 
El texto de   la estela fue publicado por Pierre Lacau 
en Steles du Nouvel Empire (1909-1957) aunque 
en el presente estudio seguiremos 
una traducción propia, siguiendo la transcripción 
de De Buck (1948), pp. 53-56.



Estela poética de Tutmosis III (Aroa Velasco)

¿Quiénes son los protagonistas de la estela?

Tenemos varios protagonistas, pero los principales 
son dos: el dios Amón y Tutmosis III.
Amón, divinidad muy antigua dentro del panteón 
egipcio, aparece en los Textos de las Pirámides 
por primera vez, pero como un dios asociado al aire 
y protector de los navegantes. Poco a poco fue
 creciendo en importancia, pasando de ser un oscuro dios 
en el Reino Antiguo a reemplazar, 
en la XII Dinastía a Montu en Tebas. Se asimilará
 a su vez con el dios Re, dando lugar a Amón-Re, 
como dios supremo de Egipto.
Dada su creciente importancia en Tebas, se elaboró 
un sistema cosmogónico para otorgarle más antigüedad
 y más importancia, y se convirtió en el jefe de la 
Enéada, surgiendo del huevo de la colina primigenia 
en las aguas primordiales. Ya durante 
el Reino Nuevo se le identificó con la Ogdoada 
de Hermópolis, siendo pareja de Amonet y
 simbolizando lo oculto.
Durante este periodo, la importancia de Amón 
no dejará de crecer, convirtiéndose 
en la principal 
divinidad durante la XVIII Dinastía, 
tras la expulsión 
de los hicsos en la XVII 
Dinastía, asociándose de manera 
muy estrecha 
con la política y con la realeza.



Tutmosis III (Aroa Velasco)Y aquí es donde entra nuestro segundo protagonista: Tutmosis III. Faraón de la XVIII Dinastía, que gobernó tras suceder a Hatshepsut, y a quien se le conoce como uno de los monarcas más importantes y con quien el imperio egipcio alcanzó su máxima expansión territorial.















Gracias a los anales escritos en los muros 
del templo de Amón en Karnak, aparte de informaciones
 complementarias como la presente estela y autobiografías 
de algunos de sus hombres (como la autobiografía de Amenemheb,
 apodado Mahu, en la tumba de EL Qurna, TT85), podemos
 reconstruir sus avances en tierras del Próximo Oriente.
Sus victorias comienzan con la conquista de Megiddo, en donde 
se acantonaba la gran coalición asiática dirigida 
por la ciudad siria de Qadesh, a comienzos de su reinado. 
La victoria del faraón permitía a Egipto el acceso 
a una amplia zona comercial, pero Tutmosis III siempre 
quería más, y por eso llevó a cabo un ambicioso programa militar
 que podemos dividir en 4 fases:
  • Campañas de consolidación de posiciones y 
  • conquista de las costas sirio-palestinas
  • Conquista de Qadesh y su territorio
  • Ofensiva contra el reino mitannio
  • Defensa del imperio
No hay que olvidar las ofensivas por el control en territorio
 kushita, entre la tercera y cuarta catarata, cerca de la cual 
construyó la fortaleza de Napata.
Tutmosis III logró crear y consolidar una frontera que por el norte 
llegaba hasta Ugarit, en la costa y hasta Qadesh, en el valle de Orontes.
 Al final de su reinado, los límites del imperio incluían 
buena parte de Siria y el norte del actual Sudán, y por tanto,
 la administración egipcia fue planteada para obtener 
el máximo beneficio con los mínimos recursos.



Tutmosis III acabando con sus enemigos, templo de Karnak (Aroa Velasco)

Una de las ofensivas más importantes y que permitió al faraón llegar tan lejos
 como su abuelo, Tutmosis I, y que ya he mencionado, fue contra el reino 
mitannio. En la estela de Gebel Barkal podemos leer la batalla de Megiddo
en donde se nos narra este acontecimiento que se produjo 
en el año 33 de su reinado (aproximadamente en el 1457 a. C.). 
Gracias a la mención de este hecho en nuestra estela poética, 
podemos fecharla con posteridad a este año. Una estela hallada 
en Armant nos describe también el triunfo de Tutmosis III:
Abatió (Tutmosis III) ciento veinte elefantes en la tierra 
de Niya, cuando regresaba de Naharina (Mitanni). Cruzó el ÉufrateS y 
aplastó los poblados de ambas riberas, destruidos por el fuego 
para siempre. Inscribió una estela de victoria en su ribera.
Al cruzar el Éufrates, ese “gran río que fluye al revés” como lo llamaron 
los egipcios (recordemos que el que fluye al revés es el Nilo,
 que tiene la desembocadura en el norte), Tutmosis III erigió una 
estela en la orilla occidental del río, conmemorando su victoria, 
como ya lo hiciera su abuelo Tutmosis I. Estas estelas no sólo servían 
para recalcar su victoria militar, sino que marcaban a su vez el confín 
del mundo, la separación entre Egipto, la tierra de Maat, de los demás,
 imbuido en el caos, y demostraba que había superado los logros 
de sus antepasados, en este caso a su abuelo Tutmosis I.
Y es que una de las funciones principales del rey era la de mantener las fronteras allí donde sus predecesores habían avanzado, y se esperaba que incluso fuesen más allá, como dice una inscripción en Semna de Sesostris III en donde advierte:
En cuanto a cualquiera de mis hijos que perpetúe esta frontera creada por mi Encarnación, el será considerado hijo mío, nacido de mi Encarnación, puesto que un hijo es aquel que protege a su padre, quien perpetúa la frontera de su progenitor. (Parkinson 1991:43-46)

¿Qué nos vamos a encontrar en la estela?

El texto de la estela lo podemos dividir en tres partes: el inicio, los versos y el final. En la luneta superior podemos ver a Tutmosis III en actitud de ofrendas ante el dios Amón, quien aparece acompañado por la diosa Waset, diosa tutelar del nomo de Tebas y reconocible gracias a su tocado.
A continuación el cuerpo del texto se encuentra organizado en líneas que se pueden leer de derecha a izquierda, y en el que se puede apreciar a simple vista las tres partes en que se encuentra dividido el texto.
El tema que trata la estela es un discurso del dios Amón hacia el rey, Tutmosis III, a quien da la bienvenida a su templo de Karnak. Amón llama a Tutmosis III “su hijo, su vengador/protector” al tiempo que le abraza, que es uno de los gestos más íntimos.
Amón asegura que le dará valor y la victoria para con todos los países extranjeros, le ayudará a que sus enemigos caigan bajo sus pies, para que sean pisoteados, mientras el propio dios le guía:
Yo te doy valor, la victoria contra todos los países extranjeros. Pongo tu poder y tu temor a ti en todas las tierras, tu respeto hasta los límites de los soportes del cielo. Engrandezco tu temor reverencial en todos los cuerpos. Difundo el grito de guerra de tu Encarnación a través de los nueve arcos por decenas de miles y miles, a los del norte por centenares de miles como prisioneros. Hago caer a tus enemigos bajo tus sandalias y pisotear a los traidores y rebeldes (…)
En este comienzo vemos como el dios Amón se ofrece a Tutmosis III para ayudarle a salir victorioso de entre sus enemigos, colocándolos incluso bajo sus sandalias, un símbolo muy representativo egipcio, pues todo lo que está escrito o representado es real, de ahí que numerosas sandalias egipcias tengan en sus plantas la imagen de los nueve arcos o los enemigos de Egipto, concepto que en realidad es una metáfora que constantemente será empleada tanto por los textos como por la iconografía para aludir a los enemigos de Egipto.



Sandalias con los 9 arcos de Tutankhamon (Aroa Velasco)

Asimismo, recuerda su hazaña de atravesar el Éufrates en Naharina, y pone el ureus en su cabeza para que queme a los isleños, además de cortar la cabeza a los aamu, es decir, los asiáticos. En este fragmento también podemos ver como se destacan los aspectos negativos de los enemigos, dando lugar a una imagen muy peyorativa de ellos:
(Mientras) mi Ureus, que está en tu cabeza, los destruye (a los enemigos), hace presa fácil a los malvados. Ella quema a los que están en sus islas con su lengua de fuego, corta las cabezas de los aamu, sin excepción, el enemigo tiembla a causa de sus poderes (los del Ureus).
Tras este primer discurso de Amón, comienzan los versos, y de ahí el nombre de estela poética. En esta parte vamos a tener siempre al dios Amón comenzando con una oración relativa de perfecto diciendo “vengo” (lit. “que yo he venido”). Y a continuación tenemos una serie de fórmulas estructuradas en versos de 4+5 y 5+4, marcando los pies. En sus palabras podemos leer al dios Amón dirigiéndose a Tutmosis III, sus victorias militares, siguiendo esta misma estructura. Lo podemos ver aquí:
En cada par de versos, el dios Amón otorga a Tutmosis el control sobre una parte del mundo, causando a los extranjeros efectos particulares. Veamos algunos versos:
Vengo para hacer que pisotees a los grandes de Djahy, yo (Amón) te los extiendo bajo tus pies a lo largo de sus regiones extranjeras, para hacer que ellos vean tu Encarnación como señor de los rayos y que tu ilumines en sus rostros como mi imagen.
Vengo para hacer que pisotees a los que están en Asia y que golpees las cabezas de los asiáticos de Rechenu, para hacer que vean tu Encarnación equipado con tu panoplia mientras tomas las armas de combate en el carro….
Otra parte del texto dice así:
Vengo para hacer que tu pisotees la tierra oriental y que pises a los que están en las regiones de la Tierra del dios, para hacer que ellos vean a tu Encarnación como un relámpago que arroja su llamarada mientras coloca su incensario.
Vengo para hacer que tu pisotees la tierra occidental estando Creta y Chipre bajo tu temor reverencial y para hacer que vean tu Encarnación como un toro joven de corazón firme, de cuernos afilados, el que no puede ser atacado.
Como vemos, la imagen de los enemigos sigue siendo negativa y de derrota, mientras que la del rey gana en grandeza. De ahí uno de los nombres de Tutmosis III que era “quien golpea a los gobernantes de tierras extranjeras que le atacan a el”.
Amón realiza todo esto para que Tutmosis III a cambio haga todo lo que el dios desee, y el ejemplo lo podemos ver cuando Amón relata el trabajo del faraón en su templo de Karnak, con la construcción de dos grandes puertas, todo ello en su honor. Amón se convierte en el protector del faraón, dejando a las dos hermanas, que son Nejbet y Uadjet (las diosas cobra y buitre respectivamente, patronas del Bajo y Alto Egipto) como protectoras.
Aquí podemos ver un aspecto fundamental de la religión egipcia del Reino Nuevo, y es esa relación recíproca entre dios y faraón: cada uno actuaba de acuerdo con la gloria o el beneficio del otro. Nos está ilustrando un momento muy íntimo entre Tutmosis III y Amón.
Yo (Amón) he puesto la protección de las dos hermanas detrás de ti, y los brazos de mi Encarnación están en alto, protegiéndote del mal. Yo te he dado protección, hijo mio, mi amado, Horus, toro poderosos que aparece en Tebas, a quien he engendrado en el cuerpo del dios Djehuty-mes, que viva eternamente, que ha hecho para mí todo lo que mi ka desea. Tú has erigido mi santuario como obra de eternidad, que ha sido alargado y que ha sido ensanchado más que el tiempo primordial trascurrido. El portal grandísimo Menjeperra, cuya belleza festeja Amón-Re. Tus monumentos son más grandes que los de cualquier rey que haya existido. Yo te ordené hacerlos y estoy satisfecho por ello. Yo te erijo a ti (Tutmosis) en el trono de Horus por millones de años, para que gobiernes a los vivos por siempre.
En definitiva, a través de este documento arqueológico y textual podemos ver la relación entre política y religión durante el periodo de Tutmosis III, y el alcance de sus propias conquistas, en un intento de reflejar hechos y de perpetuarlos en el tiempo.

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