martes, 5 de septiembre de 2017
OVNIS 1930
El investigador Rick Hilberg comparte con nosotros una interesante narración ovni sobre un evento sucedido - curiosamente - mucho antes del avistaje de Kenneth Arnold o el enredado choque de Roswell. Nos remontamos a la década de 1930, a una Norteamérica que a duras penas lograba salir de la Gran Depresión mundial y acosada por la sequía conocida como el "dust bowl", fenómeno que volatilizó las tierras fértiles de EEUU. El público hacía lo posible por escaparse de estas tristes realidades con programas de radio y visitas a los cines, y aunque los espectáculos de ciencia-ficción eran conocidos (Buck Rogers y Flash Gordon, entre otros), la mediatización sobre lo extraterrestre y las naves tripuladas de otro mundo era mínima, restringida a las pulpas que podían comprarse por algunos centavos con sus morbosas portadas de princesas marcianas, monstruos y máquinas desenfrenadas.
"Una tarde de domingo por allá por 1938 decidimos salir a pasear por la carretera Lorain en las cercanías de Elyria, al oeste de Cleveland (estado de Ohio). Vimos unos treinta vehículos detenidos a ambos lados de la carretera. Mi hermana y su esposo, quienes viajaban en nuestro vehículo, pudieron ver objetos que se acercaban desde el noroeste en el cielo. Su aspecto era tenue, redondeado y de color azul gris. No eran aviones ni nada que nadie hubiese visto antes. Jamás olvidaré esa visión, ni la sensación que me invadió cuando los extraños objetos volaron sobre nuestras cabezas y se desvanecieron en la distancia, en un silencio sobrecogedor"
El artículo da crédito a la señora Marie Friedel y apareció en la revista UFO Magazine en 1968.
Aunque estamos acostumbrados a darle crédito a Kenneth Arnold por haber acuñado el término "platillo volador", lo cierto es que la descripción de los objetos anómalos con tal descriptivo corresponde a los '30, concretamente a un comunicado de Prensa Asociada fechado el 17 de junio de 1930, en la que una "extraña luz descrita como un gran cometa, platillo volador en llamas, gran resplandor rojo o bola de fuego" dejó atolondrados a los habitantes de Texas y Oklahoma. La nave espacial con forma de platillo también aparece por primera vez en la revista de pulpa Science Wonder Stories (octubre de 1929, portada por Frank R. Paul) aunque la imagen prescinde de descriptivos.
¿Qué sucedía en los cielos de aquella década?
El público de aquella época atravesaba penurias, pero estaba muy al tanto de los desarrollos de la técnica. Los aviones eran una fuente de gran interés, ya que Lindbergh había cruzado el Atlántico en 1927 y el millonario Howard Hughes asombraba a las multitudes con sus vuelos intercontinentales, habiéndole dado la vuelta a al mundo en poco más de noventa horas en un bimotor Lockheed 14 Super Electra. La humanidad comenzaba a adueñarse del océano azul sobre su cabeza, y cualquier punto interesante en el cielo podía ser uno d esos "caballeros de los aires" poniendo a prueba un flamante aparato volador.
Más allá de las nubes, cualquier cosa era posible. La astronomía disponía de medios limitados para dictaminar la existencia o inexistencia de la vida en Marte y Venus. Astrónomos de prestigio como Fred Hoyle se atrevían a hablar sobre civilizaciones marcianas capaces de sobrevivir las condiciones inhóspitas de su mundo gracias a sistemas de ingeniería avanzada (los 'canales' dibujados por el italiano Schiaparelli en el siglo XIX). Hasta aquel gran enemigo de los ovnis, el astrónomo Donald Menzel, creía en la posibilidad de vida en el planeta rojo y 'sirénidos' bajo las tormentosas aguas del planeta Venus.
El 10 de junio de 1931, al otro lado del planeta, el aviador Francis Chichester se asomó por la cabina de su biplano Gypsy Moth sobre el Mar de Tasmania para ver una serie de destellos en el horizonte, quedándose asombrado al ver lo que describió como "una enorme aeronave de color gris opaco" que se dirigía hacia él. El objeto desapareció, reapareciendo posteriormente a su derecha entre las nubes. El objeto fusiforme se le acercaba, pero ¡su tamaño menguaba al aproximarse! "Cuando lo tuve cerca, el objeto se convirtió repentinamente en su propio fantasma. Durante un segundo me fue posible mirar a través del mismo antes de desvanecerse por completo. Una pequeña nube se formó para tomar el lugar del aparato y luego se disolvió también."
Antes de poner la credibilidad de Chichester en entredicho, recordemos que el testigo era un aviador de prestigio y posteriormente el primer humano en circunnavegar el globo en un espacio de nueve meses (1966-67).
De la mano del investigador Jerome Clarke nos llega un caso del verano de 1932, ocurrido en la localidad de Wattsburg, PA (a una hora de dónde se escriben estas palabras) presenciado por el granjero Reuben Knight. El hombre se vio sorprendido por la aparición de un punto de luz sobre los bosques secos, y que parecía viajar hacia él. "El objeto era una bola plateada de 14 pulgadas de diámetro y de color azul brillante. Se desplazaba en forma de bucle, acercándose a mí y luego regresando al bosque siguiendo un trecho recto a velocidad de treinta o cuarenta millas por hora. Después de varias repeticiones, el objeto no volvió a salir de los matorrales."
Algo raro parecía estar sucediendo en Pennsylvania en aquel entonces. Un testigo anónimo se puso en contacto con el periódico Allentown Sunday Call-Chronicle en 1964 para comentar una experiencia anómala ocurrida en el verano de 1933. El automóvil que conducía el testigo anónimo sufrió un desperfecto a las dos de la madrugada mientras que se desplazaba hacia la ciudad de Nazareth. Sin pensarlo dos veces, el chofer se bajó del auto para cambiar el neumático dañado. A la par que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, se apercibió de una luz violácea que emanaba de un prado cercano. Sintiendo curiosidad, se apartó del vehículo para acercarse a la fuente de luz.
El hombre quedó sorprendido al descubrir que se trataba de un objeto con "forma de pelota" que medía diez pies de diámetro por seis pies de alto. La luz provenía de una ranura en lo que parecía ser una compuerta entreabierta.
Como lo hiciera el desventurado Steven Michalak en Canadá décadas más tarde, el humano metió la cabeza por la compuerta para descubrir que el interior de la nave consistía de tuberías y muros de un material muy parecido al mármol. Internándose de lleno en el aparato, el testigo percibió un fuerte olor a amoniaco y sintió frialdad. El objeto no daba señas de tener ocupantes, ni de aguardar el regreso de los mismos. A los diez minutos, el hombre volvió a su automóvil, cambió el neumático y regresó a su hogar.
Hay casos que contienen medidas equivalentes de misterio y controversia, y el más controvertido de la década de 1930 lo es sin duda la desaparición de los esquimales (inuit) del lago Anjikuni (62°12′N 99°59′W) en la región circumpolar de Canadá. Tildado de fraude docenas de veces, y rechazado hasta por los exponentes más fieles del mundo del misterio, la alegada desaparición de la aldea nativa contiene elementos incómodos que la sitúan en el ámbito de los misterios celestes. Según la historia, el cazador de pieles Joe Lavelle necesitaba refugiarse una fría noche de noviembre en 1930 y tuvo la buena fortuna de dar con el asentamiento nativo en las orillas del lago Ankijuni. Anticipando la famosa hospitalidad de los inuit, el cazador se quedó atónito al ver que no había ni un alma en la aldea – todos se habían ido, dejando atrás sus enseres y hasta sus rifles, sus posesiones más atesoradas. Los perros habían muerto de hambre, atados a árboles chaparros y enterrados bajo metros de nieve. El cazador dio parte a la Real Policía Montada Canadiense y dos agentes se dispusieron a investigar el suceso.
Los agentes de la policía montada hablaron con algunos lugareños que indicaban que no todo estaba bien en esta inhóspita región: un enorme objeto resplandeciente había cruzado los cielos, cambiando su forma de cilindro a bala, dirigiéndose hacia el lago Anjikuni. Durante su investigación de los hechos, los agentes constataron la presencia de luces azuladas y pulsantes en el horizonte que no guardaban parecido alguno con la aurora boreal, fenómeno visto comúnmente en aquellas latitudes.
Lo demás forma parte de la confusión que rodea la supuesta desaparición de los inuit de Anjikuni: la ropa de abrigo que quedó atrás, los alimentos a medio cocer, las armas de fuego olvidadas, y las mil doscientas almas que no volvieron a aparecer. Lo cierto es que la policía montada lanzó otra investigación en 1931, y según el autor Whitley Strieber: “El caso sigue abierto hasta el día de hoy, y a pesar de haber realizado pesquisas en toda Canadá y en todas partes del mundo, no se encontró rastro de los hombres, mujeres y niños de aquella tribu”.
Los lectores asiduos de Arcana Mundi recordarán artículos que presentamos hace años sobre los extraños objetos y misterios del norte de Canadá (“El enigma de Qaumaneq”) y es posible que el enigma del lago Ankijuni guarde alguna relación con ellos.
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