viernes, 30 de marzo de 2018

LA CUARTA TABLILLA SUMERIA


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A Nibiru se transmitieron palabras del ascenso; en Nibiru había mucha expectación.
Abgal dirigió el carro con confianza;
dio una vuelta alrededor de Kingu, la Luna, para ganar velocidad con la fuerza de su red.
Mil leguas, diez mil leguas viajó hasta Lahmu,
para obtener con la fuerza de su red una dirección hacia Nibiru.
Más allá de Lahmu se arremolinaba el Brazalete Repujado;
Con destreza, Abgal hizo brillar los cristales de Ea, para localizar los senderos abiertos.
¡El ojo del hado le miró favorablemente!
Más allá del Brazalete, el carro recibió las señales transmitidas desde Nibiru;
Hacia casa, hacia casa era la dirección.

Frente a él, en la oscuridad, con un tono rojizo brillaba Nibiru; ¡una hermosa visión!
El carro se dirigía ahora por medio de las señales transmitidas.
Tres vueltas dio alrededor de Nibiru, para frenarse con la fuerza de su red.
Acercándose al planeta, Abgal pudo ver la brecha en su atmósfera; sintió que se le encogía el corazón, pensando en el oro que traía. Atravesando el espesor de su atmósfera, el carro refulgió, su calor insoportable;
Hábilmente, Abgal desplegó las alas del carro, deteniendo así su descenso.
Más allá estaba el lugar de los carros, una visión de lo más atractiva;
Suavemente, Abgal hizo bajar el carro hasta un lugar elegido por los rayos.

Abrió la portezuela; ¡había una multitud reunida!
Anu se adelantó hacia él, le estrechó los brazos, pronunció palabras de bienvenida. Los héroes se precipitaron dentro del carro, sacaron los cestos de oro.
Llevaban los cestos encima de la cabeza,
Anu exclamó palabras de victoria ante los reunidos: ¡La salvación está aquí!, les dijo. Abgal fue acompañado hasta palacio, se le escoltó para que descansara y
lo contara todo.

El oro, una visión de lo más deslumbrante, se lo llevaron los sabios rápidamente;
para convertirlo en el más fino polvo, para lanzarlo hacia el cielo se transportó.
La elaboración llevó todo un Shar, otro Shar llevaron las pruebas. Con proyectiles se llevó el polvo hasta el cielo, con rayos de cristales se
dispersó.

¡Donde hubo una brecha, había ahora sanación! La alegría llenó el palacio, era de esperar la abundancia en las tierras. Anu transmitió buenas palabras a la Tierra: ¡El oro da la salvación! ¡La
extracción de oro debe continuar!

Cuando Nibiru llegó a las cercanías del Sol, el polvo de oro se vio perturbado por sus rayos;
disminuyó la curación en la atmósfera, la brecha se volvió a hacer grande. Anu ordenó que Abgal volviera a la Tierra; en el carro viajaron más héroes, en sus entrañas, se pusieron más Lo Que Succiona las Aguas y Expulsadores; Con ellos, se le ordenó a Nungal que partiera, para que ayudara a Abgal en
el pilotaje.

Hubo gran alegría cuando Abgal volvió a Eridú; ¡hubo mucha bienvenida y estrechar de brazos! Ea reflexionó con detenimiento sobre las nuevas obras hidráulicas; había una sonrisa en su rostro, pero su corazón estaba encogido. Para cuando llegó el Shar, Nungal estaba listo para partir en el carro; en sus entrañas, el carro sólo llevaba unas cuantas cestas de oro. ¡El corazón de Ea le estaba anticipando la decepción en Nibiru!
Ea intercambió palabras con Alalu, reconsideraron lo que sabían:
si la Tierra, la cabeza de Tiamat, fue cortada en la Batalla Celestial,
¿dónde estaba el cuello, dónde estaban las venas de oro que se cortaron?
¿Por dónde sobresaldrían las venas de las entrañas de la Tierra?
Ea viajó sobre montañas y valles en la cámara celeste,
examinó con el Explorador las tierras separadas por los océanos.

Una y otra vez, se encontraba la misma indicación:
las entrañas de la Tierra se revelaron donde se desgarró la tierra seca de la tierra seca; ¡donde la masa de tierra tomó la forma de un corazón, en la parte inferior
de la misma,
las venas doradas de las entrañas de la Tierra serían abundantes! Abzu, del Oro el Lugar de Nacimiento, le puso por nombre Ea a la región. Luego, Ea transmitió a Anu palabras de sabiduría: En verdad, la Tierra está llena de oro; de las venas, no de las aguas, hay que conseguir el oro.

De las entrañas de la Tierra, no de sus aguas, se tiene que obtener el oro, ¡de una región más allá del océano, Abzu será llamada, se puede conseguir oro en abundancia! En el palacio, hubo gran asombro, sabios y consejeros reflexionaron sobre las palabras de Ea;
que hay que obtener oro, en eso había unanimidad; cómo obtenerlo de las entrañas de la Tierra, en eso había mucha discusión. En la asamblea, un príncipe habló; era Enlil, el hermanastro de Ea. Primero Alalu, luego su hijo por matrimonio, Ea, en las aguas pusieron todas sus esperanzas;
aseguraban la salvación por el oro de las aguas, Shar tras Shar, todos esperábamos la salvación, ahora escuchamos cosas diferentes, emprender un trabajo más allá de lo imaginable,
¡hacen falta pruebas de las venas doradas, hay que garantizar un plan para el éxito!
Así dijo Enlil a la asamblea; muchos estuvieron de acuerdo con sus palabras. ¡Que vaya Enlil a la Tierra!, dijo Anu. ¡Que obtenga pruebas, que ponga en marcha un plan!
¡Sus palabras serán tenidas en cuenta, sus palabras serán órdenes!
La asamblea dio su consentimiento, aprobó la misión de Enlil.

Con Alalgar, su lugarteniente, Enlil partió hacia la Tierra; Alalgar era su piloto.
A cada uno se les proveyó con una cámara celeste. Se transmitieron a la Tierra las palabras de Anu, el rey, palabras de decisiones:
¡Enlil estará al mando de la misión, su palabra será orden! Cuando Enlil llegó a la Tierra, Ea estrechó los brazos cálidamente con su
hermanastro,
Ea le dio la bienvenida a Enlil como hermano.

Ante Alalu, Enlil hizo una reverencia, Alalu le dio la bienvenida con débiles palabras.
Los héroes profirieron palabras de cálida bienvenida a Enlil; mucho esperaban de su mandato.
Enlil ordenó que se ensamblaran las cámaras celestes, en una cámara celeste, se remontó en el cielo; Alalgar, su lugarteniente, iba de piloto con él. Ea, en otra cámara celeste pilotada por Abgal, les mostró el camino hacia
el Abzu.

Inspeccionaron las tierras secas, de los océanos tomaron cuidadosa nota. Desde el Mar Superior hasta el Mar Inferior, exploraron las tierras, de todo lo que había arriba y abajo tomaron nota. Hicieron pruebas del suelo en el Abzu. En verdad, había oro; con mucha
tierra y rocas estaba mezclado,
no estaba refinado como en las aguas, estaba oculto en una mezcla. Volvieron a Eridú; reflexionaron sobre lo que habían encontrado. ¡Hay que emprender nuevos trabajos en Eridú, no puede seguir sola en la
Tierra!, así dijo Enlil; describió un gran plan, estaba proponiendo una gran misión:
traer más héroes, fundar más asentamientos,
para obtener el oro de las entrañas de la Tierra, para separar el oro de la
mezcla, y transportarlo en naves celestes y carros, para llevar a cabo trabajos en
lugares de aterrizaje.

¿Quién estará al mando de los asentamientos, quién estará al mando del
Abzu?,
así le preguntó Ea a Enlil. ¿Quién tomará el mando para la ampliación de Eridú, quién supervisará los
asentamientos?, así decía Alalu. ¿Quién tomará el mando de las naves celestes y del lugar de aterrizaje?, así
inquirió Anzu. ¡Que venga Anu a la Tierra, que tome él las decisiones!, así dijo Enlil en
respuesta.

Viene ahora el relato de cómo Anu vino a la Tierra,
de cómo se echaron suertes entre Ea y Enlil, de cómo se le dio a Ea el título-nombre de Enki,
de cómo luchó Alalu por segunda vez con Anu.
En un carro celestial viajó Anu a la Tierra; siguió la ruta junto a los planetas.
Nungal, el piloto, dio una vuelta alrededor de Lahmu; Anu lo observó atentamente.
La Luna, que en otro tiempo fue Kingu, circundaron y admiraron.

Por ventura, ¿no se podrá encontrar oro ahí?, se preguntaba Anu en su corazón.
En las aguas, junto a los pantanos, amerizó su carro;
para la llegada, Ea preparó embarcaciones de juncos, para que Anu llegara navegando.
Arriba se cernían las cámaras celestes, le estaban ofreciendo una bienvenida real.
En la primera embarcación, iba el mismo Ea, fue el primero en recibir al rey, su padre.
Ante Anu se inclinó, después Anu lo abrazó. ¡Hijo mío, mi Primogénito!, exclamó Anu.
En la plaza de Eridú, los héroes estaban formados, dando una bienvenida
regia en la Tierra a su rey.

Frente a ellos estaba Enlil, su comandante.
Éste se inclinó ante Anu, el rey; Anu lo abrazó contra su pecho.
Alalu también estaba allí, de pie, no estaba seguro de qué hacer;
Anu le ofreció el saludo. ¡Estrechemos los brazos, como camaradas!, le
dijo a Alalu.

Dudando, Alalu se adelantó, ¡con Anu estrechó los brazos! Se preparó una comida para Anu; por la noche, Anu se retiró a una cabaña de caña que le había construido Ea.
El día siguiente, el séptimo por la cuenta comenzada por Ea, era día de descanso. Era un día de palmadas en la espalda y celebración, como correspondía a
la llegada de un rey.

Al día siguiente, Ea y Enlil presentaron sus hallazgos ante Anu, discutieron con él lo que se había hecho y lo que había que hacer. ¡Dejad que vea las tierras por mí mismo!, les dijo Anu. Todos ellos se elevaron en las cámaras celestes, observaron las tierras de
mar a mar.

Volaron hasta el Abzu, aterrizaron en su suelo, donde se ocultaba el oro. ¡La extracción de oro será difícil!, dijo Anu. Es necesario obtener oro; ¡hay que conseguirlo, por muy profundo que se encuentre! ¡Que Ea y Enlil diseñen herramientas para este propósito, y que les asignen trabajo a los héroes, que averigüen cómo separar el oro de la tierra y las rocas, cómo enviar oro
puro a Nibiru! ¡Que se construya un lugar de aterrizaje, que se asignen más héroes a los
trabajos en la Tierra! Así dijo Anu a sus dos hijos; en su corazón, estaba pensando en estaciones
de paso en los cielos.

Ésas fueron las órdenes de Anu; Ea y Enlil inclinaron la cabeza aceptándolas.
Hubo anocheceres y amaneceres; y a Eridú volvieron todos. En Eridú tuvieron un consejo, para asignar trabajos y deberes. Ea, que había fundado Eridú, fue el primero en pronunciarse: yo he fundado Eridú; que se establezcan otros asentamientos en esta
región, que se conozca por el nombre del Edin, Morada de los Rectos.
¡Déjeseme a mí el comando del Edin, que se encargue Enlil de la extracción del oro!
Enlil se enfureció con estas palabras: ¡El plan es improcedente!, le dijo a Anu.
Del mando y de trabajos a realizar, yo soy el mejor; de naves celestes, yo tengo los conocimientos.

De la Tierra y sus secretos, mi hermanastro, Ea, es conocedor;
él descubrió el Abzu, ¡que sea él el señor del Abzu!
Anu escuchó con atención las airadas palabras; los hermanos eran dé
nuevo hermanastros, ¡el Primogénito y el Heredero Legal contendían con palabras como armas¡
Ea era el Primogénito, nacido a Anu de una concubina;
Enlil, nacido después, fue concebido por Antu, la esposa de Anu. Era hermanastra de Anu, haciendo por tanto a Enlil Heredero Legal, imponiéndose así al Primogénito para la sucesión.
Anu estaba temiendo un conflicto que pusiera en peligro la obtención del oro;
uno de los hermanos debía regresar a Nibiru, la sucesión debía ser excluida de cualquier consideración,
así se decía Anu a sí mismo. Y en voz alta les hizo una sorprendente sugerencia a los dos:
¡Uno volverá a Nibiru para sentarse en el trono, uno mandará en el Edin,
uno será el señor del Abzu,
entre los tres, yo con vosotros, lo determinaremos a suertes!

Los hermanos se quedaron callados, aquellas audaces palabras los
tomado por sorpresa.
¡Echémoslo a suertes!, dijo Anu. ¡Que la decisión venga de la mano del
hado!
Los tres, el padre y los dos hijos, unieron las manos.
Echaron suertes, las tareas se dividieron por suertes:
Anu para que vuelva a Nibiru, para seguir siendo su soberano en el trono;
el Edin le tocó a Enlil, para ser el Señor del Mandato, como su nombre indicaba,
Para fundar más asentamientos, para hacerse cargo de las naves celestes y de sus héroes,
para ser el líder de todas las tierras hasta que encontraran la barrera de los
mares.

A Ea se le concedieron como dominio los mares y los océanos,
para que gobernara las tierras bajo la barrera de las aguas,
para ser el señor del Abzu, para con ingenio procurar el oro.
Enlil estuvo conforme con las suertes, aceptó con una inclinación la mano
del hado. Los ojos de Ea se llenaron de lágrimas, no quería separarse de Eridú ni del
Edin. ¡Que Ea conserve para siempre su hogar de Eridú!, le dijo Anu a Enlil,
¡Que se recuerde siempre que fue el primero en amerizar,
que se conozca a Ea como el señor de la Tierra; Enki, Señor de la Tierra,
sea su título! Enlil aceptó con una inclinación las palabras de su padre; a su hermano
dijo así: Enki, Señor de la Tierra, será a partir de ahora tu título-nombre; yo seré
conocido como Señor del Mandato.

Anu, Enki y Enlil anunciaron las decisiones a los héroes en asamblea. ¡Las tareas están asignadas, el éxito está a la vista!, les dijo Anu. ¡Ahora puedo despedirme de vosotros, puedo volver a Nibiru con el corazón tranquilo!
Alalu se adelantó hacia Anu. ¡Se ha olvidado un asunto importante!, gritó. ¡El señorío de la Tierra se me asignó a mí; ésa fue la promesa cuando
anuncié a Nibiru el hallazgo del oro!

¡Tampoco he renunciado a mis pretensiones sobre el trono de Nibiru, y es una grave abominación que Anu lo comparta todo con sus hijos! Así desafió Alalu a Anu y a sus decisiones.
Al principio, Anu se quedó sin palabras; después, enfurecido, respondió: ¡Que nuestra disputa se decida en una segunda lucha, peleemos aquí, hagámoslo ahora!
Con desprecio, Alalu se quitó la ropa; del mismo modo, Anu se desnudó. Desnudos, los dos miembros de la realeza comenzaron a forcejear, fue una
poderosa lucha.

Alalu hincó la rodilla, al suelo Alalu cayó; Anu pisó con su pie el pecho de Alalu, declarando así la victoria en la lucha.
Por la lucha se tomó la decisión; ¡yo soy el rey, Alalu no volverá a Nibiru!
Así estaba hablando Anu cuando quitó el pie del caído Alalu.
Como un rayo, Alalu se levantó del suelo. Derribó a Anu por las piernas.
Abrió la boca y, rápidamente, le arrancó de un bocado su hombría a Anu,
¡Alalu se tragó la hombría de Anu!
En dolorosa agonía, Anu lanzó un alarido a los cielos; al suelo cayó herido.
Enki se precipitó sobre el caído Anu, Enlil tomó cautivo al riente Alalu.

Los héroes llevaron a Anu a su cabaña, palabras de maldición pronunció
él contra Alalu. ¡Que se haga justicia!, gritó Enlil a su lugarteniente. ¡Con tu arma-rayo,
que Alalu sea muerto! ¡No! ¡No!, gritó encarnizadamente Enki. ¡La justicia está dentro de él, en
sus entrañas ha entrado el veneno! Llevaron a Alalu a una cabaña de cañas, ataron sus manos y sus pies como
a un prisionero.

Viene ahora el relato del juicio de Alalu,
y de los sucesos que acaecieron después en la Tierra y en Lahmu.
En su cabaña de caña, Anu estaba herido; en la cabaña de caña, Enki le aplicaba la curación.
En su cabaña de caña, Alalu estaba sentado, escupía saliva de su boca;
en sus entrañas, la hombría de Anu era como una carga,
sus entrañas se habían impregnado con el semen de Anu; como una hembra en el parto, el vientre se le estaba hinchando.
Al tercer día, los dolores de Anu remitieron; su orgullo estaba enormemente herido.
¡Quiero volver a Nibiru!, dijo Anu a sus dos hijos.

¡Pero antes se tiene que hacer un juicio a Alalu; debe ser impuesta una sentencia adecuada al crimen!
Según las leyes de Nibiru, hacían falta siete jueces, presidiría el de mayor rango de ellos.
En la plaza de Eridú, los héroes se reunieron en asamblea para presenciar el juicio de Alalu.
Para los Siete Que Juzgan se pusieron siete asientos; para Anu, presidiendo, se preparó el asiento más alto.
A su derecha se sentó Enki; Enlil se sentó a la izquierda de Anu.

A la derecha de Enki se sentaron Anzu y Nungal; Abgal y Alalgar se sentaron a la izquierda de Enlil.
Ante estos Siete Que Juzgan fue llevado Alalu; sin desatar sus manos y sus
pies. Enlil fue el primero en hablar: ¡En justicia, se llevó a cabo una lucha, Alalu
perdió la realeza ante Anu! ¿Qué dices tú, Alalu?, le preguntó Enki.
¡En justicia, se llevó a cabo una lucha, la realeza perdí!, dijo Alalu. ¡Habiendo sido vencido, Alalu perpetró un abominable crimen, la hombría
de Anu mordió y se tragó!

Así hizo Enlil la acusación del crimen. ¡La muerte es el castigo!, dijo Enlil. ¿Qué dices tú, Alalu?, le preguntó Enki a su padre por matrimonio. Hubo silencio; Alalu no respondió a la pregunta.
¡Todos presenciamos el crimen!, dijo Alalgar. ¡La sentencia debe ser conforme a ello! ¡Si hay palabras que quieras pronunciar, dilas antes del juicio!, dijo Enki
a Alalu.

En el silencio, Alalu comenzó a hablar lentamente: En Nibiru fui rey, por derecho de sucesión estuve reinando; Anu fue mi copero. A los príncipes puso en pie, a una lucha me desafió; durante nueve vueltas fui rey en Nibiru, a mi simiente le pertenecía la realeza. El mismo Anu se sentó en mi trono, y para escapar de la muerte hice un
peligroso viaje hasta la distante Tierra.

¡Yo, Alalu, descubrí en un planeta extraño la salvación de Nibiru! ¡Se me prometió que volvería a Nibiru, para reponerme en justicia en el
trono! Después, vino Ea a la Tierra; el que, por compromiso, fue designado el
siguiente para reinar en Nibiru.
Después, vino Enlil, reivindicando para sí la sucesión de Anu. Después, vino Anu, a suertes engañó a Ea; Enki, el Señor de la Tierra, fue
proclamado,
para ser el señor de la Tierra, no de Nibiru.

Después, se le concedió a Enlil el mando, al distante Abzu fue relegado Enki.
De todo esto se dolía mi corazón, el pecho me ardía de vergüenza y furia;
después, Anu puso su pie sobre mi pecho, ¡sobre mi dolido corazón estaba pisando! En el silencio, Anu levantó la voz: Por la simiente real y por la ley, en justa
lucha gané el trono.
¡Mi hombría mordiste y tragaste, para interrumpir mi linaje!
Enlil habló: El acusado ha admitido el crimen, que se dicte sentencia,
¡que el castigo sea la muerte!
¡Muerte!, dijo Alalgar. ¡Muerte!, dijo Abgal. ¡Muerte!, dijo Nungal.

¡Por sí misma le llegará la muerte a Alalu, lo que ha tragado en sus entrañas le traerá la muerte!, dijo Enki.
¡Que Alalu esté en prisión para el resto de sus días en la Tierra!, dijo Anzu.
Anu reflexionaba en las palabras de ellos; se sentía abrumado por la ira y la compasión a un tiempo.
¡Morir en el exilio, que ésa sea la sentencia!, dijo Anu.
Sorprendidos, los jueces se miraron unos a otros. No entendían lo que Anu estaba diciendo.
¡Ni en la Tierra ni en Nibiru será el exilio!, dijo Anu.

En el trayecto, está el planeta Lahmu, dotado con aguas y atmósfera.
Enki, siendo Ea, se detuvo allí; acerca de él he estado pensando para una estación de paso.
La fuerza de su red es menor que la de la Tierra, una ventaja que hay que considerar sabiamente;
Alalu será llevado en el carro celestial,
cuando yo parta de la Tierra, él hará el viaje conmigo.
Daremos vueltas alrededor del planeta Lahmu, le proporcionaremos a Ala
lu una cámara celeste,
para que en ella descienda al planeta Lahmu.
¡Solo en un planeta extraño, exiliado estará,
Para que cuente por sí mismo sus días hasta su último día!
Así pronunció Anu las palabras de la sentencia, con toda solemnidad

Por unanimidad se impuso esta sentencia sobre Alalu, en presencia de los
héroes se anunció. Que Nungal sea mi piloto hasta Nibiru, para que desde allí dirija de nuevo
a otros carros portando héroes hacia la Tierra.

¡Que Anzu se una al viaje, para que se haga cargo del descenso a Lahmu! Así pronunció sus órdenes Anu.
Para el día siguiente se dispuso la partida; todos los que tenían que marchar fueron llevados en embarcaciones hasta el carro. ¡Tienes que preparar un lugar para aterrizajes en tierra firme!, le dijo Anu
a Enlil. ¡Tendrás que hacer planes sobre cómo utilizar Lahmu como estación de
paso!

Hubo despedidas, tanto alegres como tristes. Anu embarcó en el carro cojeando, Alalu entró en el carro con las manos
atadas.
Después, el carro se remontó en los cielos, y la visita real terminó. Dieron una vuelta alrededor de la Luna; Anu estaba encantado con su
visión.
Viajaron hacia el rojizo Lahmu, dos veces lo circundaron. Descendieron hacia el extraño planeta, vieron montañas tan altas como el
cielo y grietas en la superficie.
Observaron el sitio donde una vez aterrizó el carro de Ea; estaba a la orilla de un lago.
Frenados por la fuerza de la red de Lahmu, dispusieron en el carro la cámara celeste.

Entonces, Anzu, su piloto, le dijo a Anu unas palabras inesperadas: Descenderé con Alalu al suelo firme de Lahmu, ¡no quiero volver al carro con la cámara celeste!
Me quedaré con Alalu en el planeta extraño; lo protegeré hasta que muera. ¡Cuando muera por el veneno en sus entrañas, lo enterraré como se merece un rey!
En cuanto a mí, habré hecho mi nombre;
¡Anzu, dirán, frente a todo, fue compañero de un rey en el exilio, vio cosas que otros no vieron, en un planeta extraño se enfrentó a cosas desconocidas!
¡Anzu, hasta el final de los tiempos dirán, ha caído como un héroe! Había lágrimas en los ojos de Alalu, había asombro en el corazón de Anu.

Tu deseo será honrado, le dijo Anu a Anzu. Desde este momento, te hago una promesa,
levantando la mano yo te hago este juramento:
En el próximo viaje, un carro circundará Lahmu, su nave celeste descenderá
derá hasta ti.
Si te encuentra con vida, serás proclamado señor de Lahmu;
¡cuando se funde en Lahmu una estación de paso, tú serás su comandante! Anzu inclinó la cabeza. ¡Así sea!, dijo a Anu. Alalu y Anzu se acomodaron en la cámara celeste,
con cascos de águilas y trajes de peces fueron provistos, se les suministraron alimentos y herramientas.
La nave celeste partió del carro, desde el carro se observó su descenso. Después, desapareció de la vista, y el carro prosiguió hacia Nibiru.

Durante nueve Shars fue Alalu rey de Nibiru, durante ocho Shars comandó en Eridú.
En el noveno Shar, su suerte fue morir en el exilio en Lahmu.
Viene ahora el relato del regreso de Anu a Nibiru,
y de cómo fue enterrado Alalu en Lahmu, de cómo construyó Enlil el Lugar de Aterrizaje en la Tierra.
Hubo una alegre bienvenida para Anu en Nibiru.
Anu dio cuenta de lo sucedido en el consejo y ante los príncipes;
no buscaba de ellos ni piedad ni venganza.

Les dio instrucciones a todos para que se discutieran los trabajos que había que hacer.
Esbozó para los reunidos una visión de gran alcance: ¡Establecer estaciones de paso entre Nibiru y la Tierra, reunir a toda la familia del Sol en un gran reino!

Había que diseñar la primera en Lahmu, también había que considerar en los planes a la Luna;
levantar estaciones en los demás planetas o en sus huestes circundantes,
una cadena, una caravana constante de carros de suministro y salvaguarda, traer sin interrupciones oro desde la Tierra a Nibiru, ¡quizás, incluso, también se pudiera encontrar oro en algún otro lugar! Los consejeros, los principes, los sabios tomaron en consideración los planes de Anu,
todos veían en los planes una promesa de salvación para Nibiru. Los sabios y los comandantes perfeccionaron los conocimientos de los
dioses celestiales, a los carros y las naves celestes se les añadió una nueva clase, las naves
espaciales. Se seleccionaron héroes para los trabajos, para los trabajos había mucho
que aprender. Se les transmitieron los planes a Enki y a Enlil, se les dijo que aceleraran
los preparativos en la Tierra. Hubo mucha discusión en la Tierra sobre lo que había acaecido y sobre lo
que se requería hacer. Enki señaló a Alalgar para que fuera el Supervisor de Eridú, y dirigió sus
propios pasos hacia el Abzu;
después, determinó dónde obtener oro de las entrañas de la Tierra. Calculó cuántos héroes necesitaba para los trabajos, consideró qué herramientas se necesitaban:
Enki diseñó un Agrietador de Tierra, pidió que se elaborará en Nibiru, con él haría un corte en la Tierra, llegar a sus entrañas a través de túneles; también diseñó Lo-Que-Parte y Lo-Que-Tritura, para que los forjaran en
Nibiru para el Abzu.

A los sabios de Nibiru les pidió que reflexionaran sobre otros asuntos. Hizo una relación de necesidades, de los asuntos de salud y bienestar de los héroes.
Los héroes se estaban viendo afectados por las rápidas vueltas de la Tierra, los rápidos ciclos día-noche de la Tierra les causaban vértigos. La atmósfera, aunque buena, tenía carencias en algunas cosas, y era demasiado abundante en otras;
los héroes se quejaban de la uniformidad de las comidas. Enlil, el comandante, se veía afectado por el calor del Sol en la Tierra, anhelaba frescura y sombra.

Mientras en el Abzu Enki hacía sus preparativos,
Enlil supervisaba en su nave celeste los trabajos en el Edin.
Tomó cuenta de montañas y ríos, tomó medidas de valles y llanuras.
Estaba buscando dónde establecer un Lugar de Aterrizaje, un lugar para las naves espaciales.
Enlil, afectado por el calor del Sol, estaba buscando un lugar fresco y umbrío.
Las montañas cubiertas de nieve de la parte norte del Edin eran de su agrado;
allí, en un bosque de cedros, estaban los árboles más altos que hubiera visto jamás.

Allí, en un valle entre montañas, allanó la superficie con rayos de fuerza. Los héroes extrajeron de las laderas grandes piedras para tallarlas.
Las transportaron y las colocaron para sostener la plataforma con las naves celestes.
Enlil vio con satisfacción la obra,
¡realmente, era una obra increíble, una estructura imperecedera!
Una morada para él, en la cima de la montaña, era su deseo.
De los altos árboles en el bosque de cedros se prepararon largas vigas,
decretó que de ellos se construyera una morada para sí mismo:
la nombró la Morada de la Cima Norte.

En Nibiru, se preparó un nuevo carro celestial para elevarse en las alturas,
se transportaron nuevas clases de naves espaciales, naves celestes, y lo que Enki había diseñado.
Un grupo de refresco de cincuenta partió desde Nibiru; entre ellos había mujeres escogidas.
Estaban comandadas por Ninmah, Dama Elevada; estaban entrenadas en auxilios y sanación.
Ninmah, Dama Elevada, era hija de Anu; era hermanastra, no hermana del todo, de Enki y Enlil.
Estaba muy instruida en auxilio y sanación, sobresalía en el tratamiento de las enfermedades.
Prestó mucha atención a las quejas de la Tierra, ¡estaba preparando una curación!
Nungal, el piloto, siguió el rumbo de carros previos, registrado en las Tablillas de Destinos.

Sin novedad, llegaron al dios celestial Lahmu; circundaron el planeta, lentamente descendieron a su superficie.
Un grupo de héroes siguió una débil transmisión; Ninmah iba con ellos. Encontraron a Anzu a orillas de un lago; eran de su casco las señales de
transmisión.
Anzu no se movía, estaba postrado, yacía muerto.
Ninmah tocó su rostro, prestó atención a su corazón.
Sacó el Pulsador de su bolsa; lo dirigió sobre el latido del corazón de Anzu. Saco el Emisor de su bolsa, dirigió sobre el cuerpo de Anzu las emisiones
dadoras de vida de sus cristales.

Sesenta veces dirigió Ninmah el Pulsador, sesenta veces dirigió el Emisor; en la sexagésima ocasión, Anzu abrió los ojos, movió los labios. Con mucho cuidado, Ninmah derramó Agua de Vida sobre su rostro,
humedeció sus labios con ella. Suavemente, puso en su boca Alimento de Vida; Entonces, ocurrió el milagro: ¡Anzu se elevó de entre los muertos! Más tarde, le preguntaron sobre Alalu; Anzu les contó la muerte de Alalu. Los llevó hasta una gran roca, sobresalía desde la llanura hacia el cielo. Allí les contó lo que había sucedido: Poco después del aterrizaje, Alalu empezó a gritar de dolor. De su boca, sus entrañas escupía; ¡con tremendos dolores se asomó al otro lado del muro! Así les dijo Anzu. Los llevó hasta una gran roca, que se elevaba como una montaña desde la
llanura hacia el cielo.

En la gran roca encontré una cueva, dentro de ella oculté el cadáver de Alalu, cubrí su entrada con piedras. Así les dijo Anzu. Ellos lo siguieron hasta la roca, quitaron las piedras, entraron en la cueva.
Dentro encontraron lo que quedaba de Alalu;
¡El que una vez fuera rey de Nibiru yacía ahora en una cueva, era una pila
de huesos! ¡Por vez primera en nuestros anales, un rey no ha muerto en Nibiru, no ha
sido enterrado en Nibiru! Así dijo Ninmah. ¡Que descanse en paz por toda la eternidad!, dijo.
Volvieron a cubrir la entrada de la cueva con piedras;
sobre la gran montaña rocosa, tallaron con rayos la imagen de Alalu.
Le mostraban llevando un casco de águila; dejaron el rostro descubierto.
¡Que la imagen de Alalu mire para siempre hacia el Nibiru que gobernó,
hacia la Tierra cuyo oro descubrió!

Así habló Ninmah, Dama Elevada, en nombre de su padre Anu.
¡En cuanto a ti, Anzu, Anu, el rey, mantendrá la promesa que te hizo!
Permanecerán aquí, contigo, veinte héroes, para que comiencen a construir la estación de paso;
las naves espaciales de la Tierra entregarán aquí el mineral de oro,
carros celestiales transportarán después, desde aquí, el oro hasta Nibiru.
Centenares de héroes harán su morada en Lahmu,
¡tú, Anzu, serás su comandante!

Así dijo a Anzu la Gran Dama, en nombre de su padre Anu.
¡Mi vida te pertenece, Gran Dama!, dijo Anzu. ¡Mi gratitud a Anu no tendrá límites!
El carro partió del planeta Lahmu; continuó su viaje hacia la Tierra.

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