Había sido invitado a través de comunicaciones telepáticas para un encuentro físico. El lugar del contacto sería el desierto de Chilca, al sur de Lima. Y según los mensajes, el 31 de diciembre (corría el año 2000) era la fecha señalada para la experiencia.
Aprovechando que el 25 de diciembre iría al pueblo de Chilca para llevar unos juguetes que recolectamos en Lima para los niños más necesitados, decidí marchar al desierto para prepararme para la experiencia programada. Quería estar en su silencioso paisaje unos días previos al contacto.
Así, en Chilca contraté una movilidad que me llevase hasta la Base Militar, que en aquella época operaba cerca de la quebrada que los Guías extraterrestres habían demarcado como zona de contacto. Unos 22 Km. en dirección a las montañas. Luego me internaría a pie, en una caminata de casi dos horas.
Nunca había estado tantos días solo en el desierto. Y tal como lo preveía la experiencia fue extraordinaria.
Aprovechando que el 25 de diciembre iría al pueblo de Chilca para llevar unos juguetes que recolectamos en Lima para los niños más necesitados, decidí marchar al desierto para prepararme para la experiencia programada. Quería estar en su silencioso paisaje unos días previos al contacto.
Así, en Chilca contraté una movilidad que me llevase hasta la Base Militar, que en aquella época operaba cerca de la quebrada que los Guías extraterrestres habían demarcado como zona de contacto. Unos 22 Km. en dirección a las montañas. Luego me internaría a pie, en una caminata de casi dos horas.
Nunca había estado tantos días solo en el desierto. Y tal como lo preveía la experiencia fue extraordinaria.
En aquel silencio cósmico, en noches abiertas y despejadas, que en diversas oportunidades me permitieron contemplar el desplazamiento de las naves a gran altura - como anticipando lo que vendría - describiendo Zig-Zags y cruzándose otras veces, sentí no sólo la presencia de los visitantes de las estrellas, sino de Dios mismo. Es una sensación inexplicable.
Aquel cielo nocturno era muy especial, creando el ambiente idóneo para interiorizarme en la invitación que me hiciesen llegar para el día 31. Pero no estaría solo.
Aquel cielo nocturno era muy especial, creando el ambiente idóneo para interiorizarme en la invitación que me hiciesen llegar para el día 31. Pero no estaría solo.
El día 30 ya me encontraba acompañado de mis buenos amigos de los grupos de contacto de Lima, quienes estaban al tanto de la invitación y deseaban apoyar la experiencia: Hans Baumann, Lida Martell, Magaly Fernández y Jhon Abanto.
Y fue en la noche del día 31, la “fecha del contacto” que había sido auspiciada por claros avistamientos programados por las comunicaciones, que hizo su aparición en un cielo cubierto de niebla un objeto alargado, con forma de puro, emitiendo poderosos fogonazos de luz plateada. La niebla se disipó en torno a él y vimos al aparato sorprendidos, en todos sus detalles. Incluso Hans llegó a observar un disco metálico cerca de la presunta nave nodriza. Era impresionante.
Mi reloj marcaba la medianoche. La hora que los Guías habían indicado en los mensajes para el contacto físico. Un contacto que, de acuerdo a las comunicaciones, me permitiría subir físicamente al interior de una de sus naves…
Mientras todos intercambiábamos opiniones en medio de la algarabía que se armó ante semejante avistamiento, personalmente no atiné a alejarme del grupo en dirección al cerro “Los Anillos de Saturno” -llamado así por su apariencia-, en donde, según los mensajes telepáticos, abordaría la nave.
Pero de pronto algo sucedió conmigo. Mi actitud frente al posible contacto - una experiencia que me parecía tan maravillosa de vivir - me invitó a reflexionar. Me sentí muy pequeño para afrontar semejante vivencia. A pesar de la confianza y sabiduría de estos seres, era consciente de que mi preparación personal no había sido completada. Quizá por ello decidí estar en Chilca días previos a la invitación, para meditar y analizar cómo me encontraba. En otras palabras, si realmente estaba listo.
Pienso que no sólo debí orientar mi preparación a mantener un estado sensible y sutil, premeditadamente logrado a través del ayuno y las valiosas prácticas que desarrollamos en los grupos de contacto. Había olvidado liberar mis esquemas mentales sobre el encuentro cercano anunciado, un error importante teniendo en cuenta que ya en diferentes ocasiones había enfrentado experiencias de contacto físico, donde aprendí que el fluir con ellos y verlos como amigos - porque realmente lo son - y no como “extraterrestres”, me permitiría estrechar lazos con mayor conciencia y naturalidad.
Y fue en la noche del día 31, la “fecha del contacto” que había sido auspiciada por claros avistamientos programados por las comunicaciones, que hizo su aparición en un cielo cubierto de niebla un objeto alargado, con forma de puro, emitiendo poderosos fogonazos de luz plateada. La niebla se disipó en torno a él y vimos al aparato sorprendidos, en todos sus detalles. Incluso Hans llegó a observar un disco metálico cerca de la presunta nave nodriza. Era impresionante.
Mi reloj marcaba la medianoche. La hora que los Guías habían indicado en los mensajes para el contacto físico. Un contacto que, de acuerdo a las comunicaciones, me permitiría subir físicamente al interior de una de sus naves…
Mientras todos intercambiábamos opiniones en medio de la algarabía que se armó ante semejante avistamiento, personalmente no atiné a alejarme del grupo en dirección al cerro “Los Anillos de Saturno” -llamado así por su apariencia-, en donde, según los mensajes telepáticos, abordaría la nave.
Pero de pronto algo sucedió conmigo. Mi actitud frente al posible contacto - una experiencia que me parecía tan maravillosa de vivir - me invitó a reflexionar. Me sentí muy pequeño para afrontar semejante vivencia. A pesar de la confianza y sabiduría de estos seres, era consciente de que mi preparación personal no había sido completada. Quizá por ello decidí estar en Chilca días previos a la invitación, para meditar y analizar cómo me encontraba. En otras palabras, si realmente estaba listo.
Pienso que no sólo debí orientar mi preparación a mantener un estado sensible y sutil, premeditadamente logrado a través del ayuno y las valiosas prácticas que desarrollamos en los grupos de contacto. Había olvidado liberar mis esquemas mentales sobre el encuentro cercano anunciado, un error importante teniendo en cuenta que ya en diferentes ocasiones había enfrentado experiencias de contacto físico, donde aprendí que el fluir con ellos y verlos como amigos - porque realmente lo son - y no como “extraterrestres”, me permitiría estrechar lazos con mayor conciencia y naturalidad.
A esto debo añadir, como una reflexión personal, que al tratarse de una experiencia diferente, donde no sólo los vería, sino que ¡abordaría una de sus naves!, había creado en mí gran expectativa.
En verdad me resultaba increíble hallarme a puertas de tan extraordinaria vivencia. El mensaje era claro: Tenía que aquietar mi mente, y dejarme fluir como en otras ocasiones.
Como si ellos hubiesen detectado mis pensamientos - de hecho lo hicieron -, comprendiendo que en esa ocasión no les acompañaría, aquella gran nave se marchó lentamente. Retrocedió por donde vino, ocultándose entre la niebla en un cuadro de película. Al día siguiente, uno de los militares que estuvo de guardia en la Base Chilca, sin que le comentáramos nada afirmó haber visto sorprendido el mismo objeto sobre la quebrada.
Cuando tomamos el bus en la carretera panamericana que nos llevaría a Lima, pensaba en la importancia y objetivo del contacto. Antes de abandonar el desierto, los Guías nos dijeron en una nueva recepción de comunicación - que se dio en simultáneo - que las condiciones para afrontar la experiencia seguían óptimas en los siguientes tres meses.
Habría que prepararse.
Una nueva invitación y el objetivo del encuentro físico
Según los mensajes, esta experiencia me permitiría entrevistarme con Joaquel, un importante miembro del Consejo de los 12 Menores, quien habría abandonado su estancia en la Base Azul del Alto Paititi para permanecer temporalmente en una base orbital de la Confederación, ubicada detrás de la Luna, antes de su retorno a Morlen (Morlen es el nombre que los extraterrestres dan a Ganímedes, una de las lunas de Júpiter).
En verdad me resultaba increíble hallarme a puertas de tan extraordinaria vivencia. El mensaje era claro: Tenía que aquietar mi mente, y dejarme fluir como en otras ocasiones.
Como si ellos hubiesen detectado mis pensamientos - de hecho lo hicieron -, comprendiendo que en esa ocasión no les acompañaría, aquella gran nave se marchó lentamente. Retrocedió por donde vino, ocultándose entre la niebla en un cuadro de película. Al día siguiente, uno de los militares que estuvo de guardia en la Base Chilca, sin que le comentáramos nada afirmó haber visto sorprendido el mismo objeto sobre la quebrada.
Cuando tomamos el bus en la carretera panamericana que nos llevaría a Lima, pensaba en la importancia y objetivo del contacto. Antes de abandonar el desierto, los Guías nos dijeron en una nueva recepción de comunicación - que se dio en simultáneo - que las condiciones para afrontar la experiencia seguían óptimas en los siguientes tres meses.
Habría que prepararse.
Una nueva invitación y el objetivo del encuentro físico
Según los mensajes, esta experiencia me permitiría entrevistarme con Joaquel, un importante miembro del Consejo de los 12 Menores, quien habría abandonado su estancia en la Base Azul del Alto Paititi para permanecer temporalmente en una base orbital de la Confederación, ubicada detrás de la Luna, antes de su retorno a Morlen (Morlen es el nombre que los extraterrestres dan a Ganímedes, una de las lunas de Júpiter).
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