Destrucción del continente
A diferencia del futuro destino de la Atlántida que pereció anegado por aguas diluviales, la Lemuria
fué destruída por convulsiones sísmicas, y asolada por las ardientes cenizas y el ígneo polvillo de
innumerables volcanes. Bien es verdad que a cada uno de los espantosos cataclismos atlánticos
precedieron terremotos y erupciones volcánicas, pero luego de cuarteada y hendida la tierra vinieron
las aguas a hundirla de modo que la mayoría de las gentes perecieron ahogadas, al paso que los
lemurianos hallaron la muerte asfixiados por el humo o abrasados por el fuego. Otro notable
contraste entre el destino de Lemuria y el de Atlántida es que éste último continente sufrió cuatro
espantosos cataclismos antes de su definitiva desaparición, mientras que al primero lo fué
corroyendo lentamente el fuego interior, pues desde la época en que comenzó el proceso de
desintegración, hacia fines del período correspondiente al primer mapa, no cesó un punto la actividad
ígnea, y ora en una, ora en otra parte del continente, siempre se mantuvo la acción volcánica hasta
determinar el total hundimiento y desaparición de la tierra, exactamente como ocurrió en Krakatoa
en 1883.
La erupción de Monte Pelado, que hace algunos años destruyó la ciudad de San Pedro, capital de la
Martinica, fué de naturaleza análoga a las que acabaron con el continente de Lemuria, y por lo
mismo resulta interesante el relato que de aquella erupción hicieron algunos supervivientes. «Del
cráter de Monte Pelado surgió repentinamente una inmensa nube negra que, precipitándose con
increíble velocidad sobre la población, arrasó cuanto a su paso encontraba y en pocos minutos
sembró la muerte en la ciudad, convertida en candente montón de inflamadas ruinas. Tanto en la
Martinica como en la vecina isla de San Vicente, el fenómeno consistió en la súbita erupción de
inmensas cantidades de polvo candente, mezclado con vapor de agua, que descendía por las laderas
de la montaña con increíble velocidad. Cubrió en San Vicente la lava valles de 30 a 60 metros de
profundidad que meses después de la erupción estaba todavía muy caliente, de modo que las
copiosas lluvias causaron enormes explosiones y levantaron nubes de vapor y polvo hasta 600
metros de altura, con lo que los ríos se llenaron de negro e hirviente limo».
El capitán Freeman del vapor «Roddam» refiere un caso, en extremo doloroso, de que con su
tripulación fué testigo en la Martinica. Una noche, al echar anclas en una pequeña ensenada sita una
milla de San Pedro, la montaña estalló de modo que reprodujo exactamente la primera erupción. Por
fortuna hubo síntomas premonitorios del fenómeno, que les permitieron alejarse dos millas de aquel
paraje y salvar la vida. En la
oscuridad de la noche vieron resplandecer en la cumbre una brillante luz roja, y muy luego se dejaron
oír sordas detonaciones y cayeron disparadas por el aire, monte abajo, grandes piedras candentes.Pocos minutos después resonó un crujiente ruido al que siguió un alud de encendida lava a mil
grados centígrados que, desprendido del cráter, rodó por la falda de la montaña a la velocidad de
cien millas por hora. Para explicar este fenómeno, dijo el capitán que la erupción no fué de lava
propiamente dicha, sino de polvillo candente y vapor de agua. Sin embargo, como los volcanes eran
de tipo eruptivo, el capitán dedujo de sus observaciones que no salió lava porque los materiales
volcánicos eran pastosamente viscosos y no podían fluir en ordinarias corrientes. La teoría de
Freeman ha quedado confirmada desde entonces por posteriores observaciones que descubrieron en
el cráter de Monte Pelado, no un lago de lava derretida, sino un sólido mazacote de roca ígnea que
poco a poco se fué levantando en forma cónica hasta alcanzar la boca. Tenía unos treinta metros de
altura e iba aumentando de tamaño según crecía la presión inferior que determinó repetidas
explosiones de vapor, cuya fuerza expansiva disgregó gran parte de su vértice. El vapor, comprimido
entre los poros de esta masa, quedaba libre a medida del enfriamiento y producía la explosión de la
roca reduciéndola a finísimo polvo.(26)
La observación del primer mapa demostrará que en el lago situado al Sudeste de la vasta región
montañosa hubo una isla formada por una gran montaña activamente volcánica. Las cuatro montañas
situadas al Sudoeste del lago también eran volcánicas, y allí comenzó la disrupción del continente.
Los cataclismos telúricos que siguieron a las erupciones volcánicas ocasionaron tales destrozos, que
en el período relativo al segundo
mapa estaba ya sumergida una gran porción de la parte meridional del continente.
Característica notable del suelo lemuriano, en los primitivos tiempos de su existencia, fué el gran
número de lagos, pantanos y volcanes que lo salpicaban; pero en los mapas sólo aparecen algunas
grandes montañas volcánicas y los lagos más extensos.
Otro volcán comenzó más temprano su destructora obra en la costa Nordeste del continente. Los
terremotos acabaron la disrupción, y es muy probable que el mar señalado en el segundo mapa con
gran número de islas menores, al Sudoeste del actual Japón, indique el área de las perturbaciones
sísmicas.
El primer mapa nos muestra que hubo lagos en el centro del actual continente australiano, donde la
tierra es hoy sumamente seca y como apergaminada. En el período relativo al segundo mapa habían
ya desaparecido estos lagos, y parece natural conjeturar que aquellas regiones lacustres fueron
devastadas por los gigantescos volcanes del Sudoeste (entre Australia y Nueva Zelanda) con tal
violencia que el polvo candente
secó las aguas.
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