EL VATICANO ES EL NUEVO ORDEN MUNDIAL
Seamos creyentes o no, lo cierto es que el estudio de los principios de base de cualquier confesión debe realizarse con toda objetividad.
Hay que estudiar los preceptos que defiende y observar si su discurso y acción corresponden o no a su doctrina. En el caso de la Iglesia Católica, el concepto defendido desde hace 2000 años se basa en la supremacía de Dios sobre el hombre.
Las Escrituras y la tradición constituyen el basamento intocable, la base misma de la fe según los términos consagrados, definidos por el sucesor de San Pedro, el Papa.
Marcado por el pecado original, el hombre debe aceptar someterse a una autoridad superior y obedecer el conjunto de preceptos que la Iglesia Católica defiende. Es ese el caso de numerosas iglesias protestantes.
Un cambio fundamental se produce, sin embargo, con el Concilio Vaticano II (1962-1965). Este concilio es resultado de una larga corriente de reflexiones provenientes de numerosos hombres de iglesia, pero también de personajes exteriores a ella, desde el siglo XIX.
Al cabo de una larga lucha entre los defensores de la tradición y los progresistas, estos últimos lograron imponer su propia visión durante la gran reforma de Vaticano II. Se trataba, para ellos, de adaptar la iglesia a las múltiples innovaciones políticas, técnicas y sociales que marcan la evolución del mundo. Para los defensores de la tradición es todo lo contrario.
Es el mundo el que tiene que adaptarse a los principios de la iglesia. La humanización, que debía implicar la promoción de los derechos humanos, y su colaboración con las instancias internacionales, fueron claramente expresadas en 1963 en la encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII [110].
Recordando los progresos de la ciencia y la técnica que llevan a "intensificar su colaboración y a fortalecer su unión" dentro del género humano, se trata de fortalecer el "bien común universal" que los Estados no logran ya garantizar, según la encíclica.
Es por ello que el documento agrega, muy lógicamente, que,
"En nuestra época, el bien común universal plantea problemas de dimensiones mundiales. Sólo pueden ser resueltos por una autoridad pública cuyo poder, constitución y medios de acción tengan también dimensiones mundiales y que pueda ejercer su acción sobre el planeta en toda su extensión. Es por lo tanto el orden moral en sí lo que exige la constitución de una autoridad pública con competencia universal".
Después de expresar su deseo de que ese "poder supranacional" no sea instaurado por la fuerza, la encíclica aprueba la Declaración de Derechos Humanos de 1948, con excepción de algunas objeciones.
Agrega que,
"Consideramos esa Declaración como un paso hacia el establecimiento de una organización jurídico-política de la comunidad mundial" [111].
Ese cambio de rumbo de la Iglesia Católica es la marca de fábrica de todos los Papas desde Vaticano II.
En su mensaje de navidad de 2005, el actual Papa Benedicto XVI exhorta a los hombres a emprender,
"la edificación de un Nuevo Orden Mundial" [112].
Resulta por lo tanto totalmente lógico que Benedicto XVI haya lanzado un llamado al establecimiento de una "autoridad política mundial" en su encíclica Veritas in caritate [113], en julio de 2009.
Recordando la interdependencia mundial, el Papa llama,
"con urgencia a reformar la ONU al igual que la arquitectura económica y financiera internacional con vistas a convertir en una realidad concreta el concepto de familia de naciones (…
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